
CAPÍTULO 1 COMPLETO – EL HUEVO
Dedicado a la mujer salvaje que hay en todas las mujeres que buscan y luchan por su verdadera libertad.
Me quedé sola esperando en el cuarto de la aduana; mis partes me dolían del esfuerzo.
Ya no estaba tan aterrorizada. Sabía que había perdido el avión, esperaba que al menos Carola se hubiera marchado. Solo pedía poder conseguir un billete como fuera de vuelta, quería perder de vista ese sitio cuanto antes.
No tenía nada, no podía coger mi móvil, se lo habían llevado todo. Solo mirar las cuatro paredes desnudas, el armario y la silla que tenía enfrente.
Miraba el armario, mi cabeza se disparó pensando en que habría allí a parte de guantes y bolsas negras. Me imaginé los más macabros objetos de tortura, para hacer confesar a los detenidos.
Se me pusieron los pelos de punta.
Quise distraer mi mente de esos pensamientos tan terroríficos, recordando los detalles del viaje y sin querer acaricié la mesa por debajo.
De pronto mis dedos se toparon con algo viscoso. Di un pequeño grito ahogado y retiré bruscamente la silla de la mesa. Miré con repugnancia mi mano. Seguro que era un trozo de víscera o algo que habían arrancado a alguien para hacerle confesar. Me puse blanca y empecé a marearme. Alejé la silla de la mesa todo lo que pude para sentarme, antes de caerme redonda al suelo. No era asco, era algo más profundo que me revolvía.
No tenía nada para limpiarme la mano, todos mis productos desinfectantes estaban en el bolso. En breve tendría un ataque de ansiedad, ¿con qué podía limpiarme? Ni un maldito pañuelo.
Tuve que tirar del recurso de emergencia:
Saliva.
Pero, ¿cómo me la limpiaba luego?
Hice chequeo de la ropa que llevaba. Chaqueta fina, camiseta, vaqueros, bragas, sujetador y bailarinas sin medias.
El sujetador no podía quitármelo sin que mi mano tocara la ropa. Así que me veía obligada a utilizar mis bragas de toalla. Ya estaba acostumbrada a quitármelas en esa sala, pero con una mano iba a ser bastante difícil. Me escondí en un lado del armario, por si acaso se le ocurría a alguien abrir la puerta; seguro que eran tan desconsiderados que no llamarían antes de entrar. Me quité los pantalones y las bragas todo lo rápido que pude, no sin dificultad. Escupí mi mano hasta dejarme la boca seca y me las limpié con las bragas. Los dedos me escocían de tanto restregarme, me los dejé rojos. Cuando llegara a mi casa los metería en lejía.
No sabía qué hacer con las bragas, ni loca me las metía en el bolsillo, después de limpiarme Dios sabe qué. Las cogí por una punta que no había restregado mi mano y las escondí metiéndolas detrás del armario.
Aunque me daba pavor, me agaché para ver la cosa repugnante que había tocado.
Justo cuando me agachaba y estaba metida debajo de la mesa, oí la puerta que se abría. ¡Joder! Del susto levanté tan rápido la cabeza que me di un coscorrón con la mesa.
La puerta se abrió y ya entró solo el poli hombre de mala leche. Me levanté en un segundo.
—¿Qué hace usted ahí abajo?
—Nada, buscaba un pendiente, ya lo tengo —dije mientras me tocaba la oreja.
—Ya se puede marchar —me entregó la documentación, el bolso y la bolsa negra mientras me miraba con desconfianza —. Hágase un favor, las perversiones sexuales mejor practíquelas en casa.
Abrí la boca para contestarle, pero la cerré para variar. Esta vez mi verborrea podía traerme problemas de verdad. Cogí mis cosas y me fui. A la salida estaba Carola, con nuestras maletas, no me había dejado, mi buena amiga. Corrí hacia ella y la abracé con tanta fuerza, que hasta oí crujir algo.
Cuando por fin se pudo librar de mi abrazo:
—Helena, ¿qué haces con un chicle pegado en el pelo?
***
UNA SEMANA ANTES:
Se acercaba despacio andando a cuatro patas, su presa estaba abierta de piernas esperándole, desnuda. La rubia a cuatro patas llegaba y empezaba a besarle los pies, mientras un hombre sentado las observaba vestido.
—Ve subiendo más arriba —dijo él mientras se iba desabotonando la camisa.
—Por favor, quiero ver quién es.
La rubia empezó a subir los besos por los muslos de la chica, que tenía los ojos vendados. Contempló el coño depilado y húmedo y empezó a acariciarlo con sus dedos, mientras el cámara hablaba y le hacía preguntas al hombre que estaba ya desnudo.
Lo confieso, siempre me ha encantado el porno amateur. Ver gente normal follando, me daba un morbo absoluto. Cuanto más casero, más excitante me parecía. Si se veían los entresijos de la grabación, más creíble me parecía todo. Era como ver por una mirilla al vecino.
Estaba en mi dormitorio, encima de la cama con el portátil enfrente. Tenía una mini bala vibratoria acoplada dentro de mis bragas. Su vibración era muy suave, me gustaba empezar así, luego iba aumentando la velocidad. Era silenciosa, pero no me convencía del todo. Hacía tiempo que no encontraba mi vibrador preferido, un inmenso falo de color rosa con mando para controlar la vibración también. No es que me gustara porque me penetrara con él, yo no era muy vaginal, sino porque tener esa polla descomunal en mis manos y acariciarme con ella, mientras vibraba, me excitaba muchísimo. Pero nada, no había manera de encontrarlo. ¿Dónde lo habría puesto?
Estaba en lo mejor de la escena, el tío ya entraba en acción con las dos, cuando oí unos pasos que se acercaban y la manilla de la puerta que empezaba a girar, ¡puta manía que tenía Alex de entrar sin llamar! ¿Pero no estaba durmiendo?
En un microsegundo cerré de golpe el portátil y escondí el mando inalámbrico debajo del cojín, que tenía al lado.
—¿Qué haces? ¿Ya has hecho la maleta?
—¡Sí! ¿No te habías acostado ya?
—No, no, he estado repasando cosas del curro, me voy ya a dormir. Solo quería desearte de nuevo buen viaje, te voy a echar de menos.
Se sentó en la cama, encima del cojín mientras seguía hablando.
—Llevas dinero en metálico, ¿no?
—Síííí
—¿Y la tarjeta?
—Síííííííí
—¿El DNI y el pasaporte?
—No es necesario el paaasaporte.
—¿Qué haces?, ¿por qué no paras de moverte?
Intentaba por todos los medios que la bala, se moviera un poco y se fuera de mi clítoris como fuera. El muy cabrón había activado más el vibrador con su culo.
—Nada, un poco de agujetas de la clase de pilates de ayer.
—Te pasas de ejercicio.
No dejaba quieto el culo, el muy capullo, esto estaba ya al máximo.
—No te creaaahhhhh.
—¿Qué te pasa? ¡Tienes la cara desencajada!
—Me encuentro mal ahhhhhhhh… —y me fui al baño corriendo mientras me corría, cerré la puerta y el pestillo. Alex empezó a llamar a la puerta.
—Helena, ¿estás bien? ¡Abre!
Tiré de la cadena para disimular y me quité la bala de las bragas. Salí y cerré la puerta rápida tras de mí.
—Perdona, ¡qué retorcijones me han entrado! Ya sabes lo nerviosa que me pone viajar. Siempre me entra diarrea antes de subir a un avión.
—Joder Helena pues vaya viaje te espera, aunque seguro que mañana ya estás bien.
Se acercó, me dio un beso en la mejilla y se fue.
Alex y yo hacía años que no dormíamos juntos. Yo dormía mal y el siempre me despertaba, porque se movía y roncaba mucho. Así que terminé echándole al otro dormitorio, aunque al principio protestó, hacía tiempo que había dejado de hacerlo.
Escondí en un cajón la bala vibratoria después de lavarla, no quería volver a verla en bastante tiempo y me metí en la cama. Nunca un orgasmo me supo tan mal.
A la mañana siguiente volaba para Bristol, con Carola, una gran amiga, de ahí cogeríamos un bus para Glastonbury. Carola me había liado para hacer ese viaje “iniciático”. Era el equinoccio de primavera, algo muy importante esotéricamente según ella. Yo no estaba segura, pero entre ella y Alex me habían convencido al final.
Llegué tarde al aeropuerto para variar, el taxista era novato y se había liado con las terminales.
—¡Hola! —dije sonriente.
—Joder Helena siempre justa.
—Pero esta vez no ha sido culpa mía.
—Claro han sido culpa de un ovni que te ha secuestrado. ¡Anda vamos!
Carola y yo ya habíamos viajado unas cuentas veces juntas en avión. Ella sabía mi protocolo, cuando despegamos y aterrizamos y me dejaba en paz. Que yo asumiera sola mi pánico, era lo mejor, habíamos llegado a esa conclusión, después de algún circo que otro.
Pero cuando ya estábamos volando volvía a estar tranquila. Llevábamos como media hora de vuelo, cuando Carola empezó a sacar algo de su bolso.
—Toma, ya sé que aún quedan unas dos semanas para tu cumpleaños, pero me apetecía dártelo en este viaje, porque tiene mucho que ver con la experiencia que vamos a vivir. Es algo simbólico, bueno ya sabes cómo me gustan a mí estas cosas.
Me imaginaba que era un libro por la forma, lo abrí y leí el título.
“El amor curativo a través del Tao, cultivando la energía sexual femenina” de Mantak Chia.
—¡Qué buena pinta! ¡Un millón de gracias!— le dije mientras le daba un abrazo.
—Gracias a ti por acompañarme a este viaje de verdad —dijo sonriendo.
Aunque no sé si tenía mucho que ver, este regalo me abrió un poco para contarle algo. Me daba mucha vergüenza decírselo, pero es que me inquietaba mucho y necesitaba verbalizarlo y decírselo a alguien.
—Carola, no sé qué me pasa, pero cada vez se me repite más un sueño.
—Pues eso es que te quiere decir algo tu subconsciente, yo ya te dije, necesitas mucho este viaje. Tienes que avanzar un poco más en tu camino espiritual.
—Sueño que me acuesto con mujeres.
—¿Qué? ¡Eres bollera! —dijo a voz en grito.
—Shhhhhh ¡Calla! —todo el mundo nos miraba, bueno me miraba.
—Pues a mí no me mires, ¡jajajajajajajaja! Menos mal que nos hemos cogido una habitación para cada una, con tu manía de no compartir, nos ha salido el viaje al doble, pero mira al menos estaré a salvo.
—¡Qué dices! Eres el antimorbo para mí, vomito solo de pensarlo, ¡por Dios!
—¡Oye! —me dijo dándome un collejón.
Me pasé el resto del vuelo hojeando el libro, no me enteraba de mucho, pero quería aprenderlo todo.
Por fin estábamos ya en el bus. Agradecí que esta última parte del viaje fuésemos pegados al suelo. Se hizo un poco pesado, pero al menos íbamos viendo el paisaje.
Aunque para mí era la primera vez en Glastonbury, Carola había estado ya muchas veces. Adoraba todo lo relacionado con las Diosas, a mí todo lo celta me encantaba, no era tan fan como ella, pero decidí guiarme por su experiencia.
Llegamos al hotel, un hotel de tres estrellas que se veía un poco viejo. Nada más llegar a la habitación hice mi revisión. Estaba muy limpia y las toallas y las sábanas, aunque viejas, tenían ese suave olor a lejía que tanto me reconfortaba.
Teníamos tiempo de deshacer las maletas y descansar un poco. Me tumbé en la cama, pensando que realmente Glastonbury era especial.
A las 20:00 h teníamos que ir a un templo donde una congregación, “Las Sacerdotisas de la Diosa” iba a hacer una celebración del equinoccio.
No pude dormirme, así que cuando Carola me llamó, yo ya estaba vestida con la ropa blanca que había que llevar y preparada. El sitio no estaba muy lejos y fuimos andando.
Era una sala preciosa, las paredes estaban llenas de cuarzos incrustados y en el centro había como una especie de altar a la Diosa. Estaba lleno de gente, para mi sorpresa también había hombres y niños. Se hicieron muchísimos rituales y aunque no me enteraba de mucho, parecía que la gente se lo tomaba en serio. Yo les seguía la corriente, aleccionada por mi maestra Carola.
Ya para finalizar empezó la catarsis, con el baile, los tambores empezaron a resonar, con un sonido atronador. Todo el mundo se liberó y yo pensé, ¡oh Dios! se van a quitar la ropa o qué, pero no, todo el mundo bailaba como un loco. Es curioso el estilo que tiene la gente de bailar cuando se libera, saca el animal que lleva dentro. Parece ser que en la sala, había hoy bastantes congregaciones de chimpancés. Yo en mi empeño de ser una gacela y no parecerme a ellos, daba pisotones a todo el mundo y es que el baile nunca fue lo mío. El ritmo iba aumentando, como si así se quisiera expulsar todo lo malo y todo lo que uno no quería.
Las sacerdotisas se movían por todos lados, con incienso en la mano. Una casi me deja tuerta, y otra… es que me da mucha vergüenza hasta recordarlo.
Se puso a bailar conmigo, bueno se puso a restregarse conmigo. O eso es lo que interpreté, en ese momento en el que yo estaba tan susceptible con las mujeres. Se acercó a mi oído y me dijo en inglés:
—Eres una Diosa —la sacerdotisa me habló mientras me acariciaba el brazo y la espalda.
—¿Pero qué haces? ¡No soy lesbiana! Solo han sido unos sueños de nada —le grité mientras le empujaba para que dejara de tocarme.
La música había parado justo en ese momento y todo el mundo que había a mi alrededor se nos quedó mirando perpleja, tras oír mis palabras en mi impecable inglés.
—¿Qué pasa? —vino corriendo Carola.
La sacerdotisa se fue como quien huye del diablo. Pensó que estaba loca y no quiso problemas. O bien tenía que reunirse ya con sus compañeras para hacer algo final y no le dio tiempo a ponerme en mi sitio. Igual luego cuando se desocupara, me echaría una maldición o algo para vengarse.
—Nada, esa que me estaba metiendo mano y tirándome los tejos.
—Pero qué disparate estás diciendo Helena. La gente aquí fluye y se comunica, se siente, intercambia la energía con el contacto. Está en otra vibración, ¿por qué solo ves el lado sexual de las cosas? ¡Estás enferma! Anda vámonos, que la gente nos mira mal.
Carola estuvo enfadada conmigo toda la noche y yo no dejaba de pensar que tenía que hacer algo ya, que no había nada mejor que vivir las cosas para que dejaran de obsesionarnos.
Nos acostamos temprano, teníamos que levantarnos muy pronto para ir a Stonehenge. Había un ritual muy famoso realizado por Druidas, para festejar la entrada de la primavera y había que estar allí antes de que amaneciera.
Me despertaron unos golpes en la puerta.
—Helena, ¡abre! ¿Qué haces? Nos tenemos que ir, es tarde —dijo sin dejar de llamar.
¡Noooo! Había apagado la alarma y me había vuelto a dormir. Carola me iba a matar.
Me levanté de un salto, me quité el pijama y me puse la túnica monísima elegida para la ocasión. No tardé ni 30 segundos y abrí la puerta sonriendo.
—Te acabas de levantar.
—¡Qué dices! Para nada —cogí el bolso y empecé a salir por la puerta.
Ya cuando me vi en el espejo del ascensor, entendí un poco el comentario de Carola. Me agaché como pude el pelo y disimuladamente me limpié los ojos con un poco de mi socorrida saliva.
La parada del bus que nos iba a llevar, estaba cerca. Cuando dimos la vuelta a la esquina, vimos que ya estaba allí y que empezaba a encender las luces para irse. Si perdíamos ese bus, nos perderíamos la ceremonia druida y el equinoccio de primavera, que era al amanecer. Carola no me lo perdonaría nunca, así que me arremangue el traje para echar a correr como una loca. Yo era más ágil que Carola y hacía normalmente footing, era buena corriendo. Carola tenía un poco de sobrepeso y no le gustaba mucho el deporte, pero nada más empezar a correr no sé qué me pasó, que los pies se me resbalaron y me caí cual amazona borracha de bruces al suelo. Cuando miré mis pies me di cuenta de la causa… me había ido en zapatillas de estar por casa, medio dormida y en treinta segundos, no me acordé de mis pies.
—¿Estás bien? —dijo Carola agachándose.
—Síííí, no te pares, detén el autobús —y la empujé para que corriera, toda dramática, mientras me levantaba. Parecía una situación de vida o muerte, bueno a mí me lo parecía, aguantar a Carola todo el viaje enfadada hubiera sido para cortarse las venas.
Carola lo consiguió y todo el autobús esperó a que yo llegara maltrecha, descalza y con las zapatillas en la mano. Aparte de las rodillas raspadas y el dolor, estaba bien.
Cuando bajé del bus fui consciente de mi situación; de mi túnica dorada de pedrería y de mis zapatillas de peluche de ranas, horribles pero muy calentitas, que me había regalado mi madre.
—Joder Carola, ya me podías haber dicho algo.
—Hija yo no me he dado cuenta, con las prisas, ni te he mirado, bueno sí, pero toda mi atención se la ha llevado tus pelos de loca y la cara de sobada que tenías. No pasa nada, aquí todo el mundo es muy pintoresco.
Sí, pintoresco, pero yo llevaba dos ranas en los pies.
Decidí que lo mejor sería conservar un poco de dignidad y me estiré todo lo que pude.
El sitio estaba lleno de druidas con cuernos enormes, mucha gente con ramos de flores, con coronas de flores en la cabeza, aun así la gente no paraba de mirarme los pies. Como no tuviera cuidado me iba a volver a descalabrar y ahí sí que había gente para ver mi aterrizaje. Así que iba caminando como si aparte de ranas, llevara ventosas en los pies, me daba igual. No quería caerme.
Ese sitio tenía fama de mágico y al estar allí, comprendí por qué. Había algo especial, yo no paraba de tocar las piedras. Podía sentir su energía.
Fue un ritual precioso, bien que había merecido la pena ir. Entendía porque Carola no me lo hubiera perdonado. si nos lo hubiésemos perdido.
Andaba yo toqueteando las piedras de nuevo cuando vi una cara conocida. La sacerdotisa mete mano, bueno ahora en frío, creo que Carola tenía razón, aunque nunca lo admitiría ante ella. Iba con otro traje y con un druida de unos dos metros por dos, con unos cuernos que llevaba que lo hacían parecer gigantesco. Iban cogidos de la mano, bueno va a ser que en verdad sí que no era bollera. Si me veía, no sé cómo reaccionaría y con ese compañero me podían dar una buena los dos. Que sí, que esta gente que va de espiritual, luego tiene una mala leche que no veas. Así que salí pitando para la zona de los autobuses y me quedé esperando cual ranita asustada.
Estaba cotilleando el móvil, mientras miraba de reojo por si acaso, hacia todos los lados, cuando me llamó Carola.
—¿Pero dónde estás? ¿Te pasa algo? He visto como te alejabas corriendo, como Gollum buscando su tesoro.
—Nada, nada, estoy donde el autobús, que no quiero perderlo.
No admitiría mi cobardía ante Carola, confesándole de quién o mejor dicho de quienes huía.
El resto del viaje estuvimos visitando la colina Tor, la Abadía de Glastonbury, la supuesta tumba del rey Arturo y Ginebra, la cueva del miedo etc, etc. No puedo expresar con palabras lo mucho que me gustó todo lo que vi. Sobre todo, la energía que envolvía el lugar.
El último día nos dedicamos a ir de tiendas, para comprarnos cosas y hacer regalos. Glastonbury es un paraíso de tiendas con tintes esotéricos. Las cosas más bonitas del mundo, puedes encontrarlas en cualquiera de sus innumerables tiendas. Estábamos andando por una de sus calles principales mirando escaparates.
—Mira Helena, qué pasada —me dijo señalando una Geoda inmensa, casi cabía un niño dentro.
—4.000 E, ¡parece que para ser espiritual hay que tener mucha pasta! —dije yo asombrada.
—¡Jajajajaja! Venga vamos a entrar.
La tienda estaba llena de piedras, cuadros, hadas y demás seres mitológicos, estaba hechizada.
—Mira Helena —dijo señalándome unas piedras redondeadas, negras como el azabache —son huevos de obsidiana. Yo tengo uno desde hace tiempo, igual te vendría bien uno de estos, para ver si te aclaras un poco con esa sexualidad tan confusa que tienes.
—¿Esto? —dije mientras cogía uno.
— Sí, el huevo de obsidiana es una herramienta terapéutica, para sanar memorias del aparato genital femenino y conectar con nuestra naturaleza femenina.
—Vale ya capto la indirecta, entre el libro y esto —le dije sonriendo.
—Yo he trabajado mucho con él, toda mujer que se precie debería trabajar con esta poderosa piedra.
—¿Y cómo se trabaja?
—Bueno es un trabajo interior importante, aparte que tienes que tenerlo metido en la vagina.
Lo dijo como si tal cosa mientras miraba un collar.
—¡Qué! ¡Pues sí que es interior!
—Sí claro, va directamente a lo más femenino que tenemos.
—Ni loca me meto yo ahí eso, pero ¿has visto que tamaños tienen?
—Pues coge uno más pequeño, ¿ves? Hay muchos tamaños.
—¿Y luego cómo te lo sacas?
—Pues te pones en cuclillas, aprietas para que los músculos de la vagina la expulsen.
—¿En serio? ¿Qué te piensas? ¿Que soy una gallina clueca?
—¡Jajajajaja! Mira mujer si no te ves capaz también los hay perforados —dijo enseñándome otro de menor tamaño y con un pequeño agujero en un extremo—, aquí tienes cordones para ponérselos, tranquila son hipoalergénicos. ¡Anda mira qué monada! —dijo mientras cogía una bolsita con algo dentro—. Este lleva al final del cordón una cadena con jaspe rojo incrustado. El jaspe rojo ayuda a trabajar también esa zona. Llévatelo, es ideal. La cadena con el jaspe va por fuera, no te la vayas a meter, ¡ehhhh! Lo ideal que aconsejan es ponértelo unas horas al día, primero poco y luego ir aumentando. Pero mi consejo después de mi experiencia personal, es que lo lleves al menos el primer día seguido puesto.
—¿Y cómo hago pis? Voy a manchar la cadena.
—Upsss, como yo siempre me he puesto el huevo solo… pues te lo quitas y luego te lo vuelves a poner.
—Joder, vaya movida.
—Mujer, si es solo el primer día, luego te lo pones las horas que no hagas pis y ya.
Decidí callarme ya y no parecer una remilgada.
Sin comerlo ni beberlo llegué al hotel con el huevo, aparte de innumerables regalos. Me había gastado una fortuna ese día, pero estaba contenta y llena de energía.
Puse mucha atención en despertarme nada más sonar el despertador. No podíamos perder el avión bajo ningún concepto. Al día siguiente de llegar yo tenía que trabajar. Me había cogido una semana de vacaciones, pero realmente estábamos hasta arriba de trabajo y no podía faltar ni un día más.
Estábamos ya en Aduana, pasando las maletas, Carola iba la primera. El detector empezó a pitar al pasar yo.
—Señorita, ¿ha dejado usted todos los objetos metálicos en la bandeja? —dijo el policía.
—No sé, creo que sí —empecé a registrarme inquieta.
Pasé otra vez. Nada, de nuevo la maldita alarma.
—Venga por aquí —me dijo el poli apartándome de la entrada y pasándome el escáner móvil que también pitaba—. ¿Lleva usted alguna joya o piercing?
—No, no me gustan las joyas ni los piercing.
—¡Helena! ¡A lo mejor es el huevo! —gritó Carola angustiada.
—¿Qué huevo? Venga por aquí —me dijo el policía, que por lo que se ve entendía muy bien el español, mientras me cogía por el brazo y empezaban a aparecer más policías.
—¿A dónde me llevan? No puedo perder ese avión. ¡Me llevan presa! ¡Carola!
Me metieron en una pequeña habitación, compuesta de una mesa, un armario y dos sillas.
Yo estaba aterrada.
Había dos polis, una mujer y un hombre.
—Por favor, denos toda su documentación y su bolso.
La mujer poli lo cogió y se fue, me imagino que iban a investigarme.
—Señorita Helena, ¿qué es el huevo? ¿Es usted contrabandista?
—¡Pero qué dice! ¡No! No me he fumado ni un porro en mi vida. Mi amiga se refería a un huevo sanador, un huevo negro —estaba tan nerviosa que no me venía a la mente el nombre del dichoso huevo.
—¿Un huevo sanador? ¿Se cree usted que tengo yo tiempo de que se ría de mí? Dígame ahora mismo donde se ha metido el alijo.
—¡Que no es un alijo! Que es una piedra en forma de huevo que hay que introducirse en la vagina y lleva una cadena colgando y eso es lo que seguramente ha pitado —dije tapándome la cara mientras lloraba—. Cómo iba a saber yo que iba a pitar.
El poli, un hombre pequeño y con cara de pocos amigos me miró y dijo muy serio:
—Enseguida vendrá mi compañera a hacerle un reconocimiento.
Abrió la puerta y se marchó.
Pasaron solo diez minutos que a mí se me hicieron diez horas, al menos me habían servido para calmar mi llanto. Tenía que serenarme, yo no había hecho nada malo y saldría de allí. Suerte que tenía un nivel muy alto de inglés, no en vano había pasado todo el instituto en un internado en Londres.
La puerta se abrió y entró la mujer policía.
—Por favor, quítese la ropa.
—Solo llevo un huevo de obsidiana —por fin me había acordado del nombre—, vengo de Glastonbury y he comprado muchas piedras, pero esta hay que meterla por la vagina para que haga efecto.
—Mire señora Helena, ¿no? —afirmé con la cabeza—, entre usted y yo, nunca he estado en Aduana, es la primera vez que me veo en esta situación, siempre estoy en oficinas, pero una compañera se ha puesto enferma y aquí me ha tocado estar. Yo no tengo ni idea de cómo se hace esto, así que, por favor, vamos a ver si entre las dos solucionamos esta papeleta. Quítese primero la ropa.
Tenía una mirada paciente y amable, gracias a Dios, no parecía nada bollera. Empecé a quitarme la ropa mientras ella iba revisándola. Cuando me quité las bragas, le enseñé la dichosa cadena con los jaspes colgando.
—Vaya ocurrencia que ha tenido.
—Yo no he caído en que la maldita cadena es de metal, como está forrada por las piedras, ni me he acordado.
—¿Y no le pesa?
—Al principio sí, luego ya ni me acordaba, salvo al hacer pis que me la saco y luego la vuelvo a meter.
—Pues vaya movida.
—Sí, eso mismo pienso yo.
—Bueno centrémonos, sáquesela, que gracias a la cadena no voy a tener que meterle los dedos.
Me senté al borde de la silla.
Cogí las piedras y empecé a tirar.
Nada, no salía.
—Tiene que relajarse si no, no va a salir.
Qué fácil es decir eso cuando no se está en mi situación. Claro que me imagino que para ella no estaba siendo tampoco plato de buen gusto, por la cara que tenía.
De tanto tirar, las piedras se me estaban quedando en las manos, me estaba haciendo polvo.
—No sale, tira tú por favor—le dije.
—Me da cosa, no te vaya a hacer daño —se puso unos guantes de látex que cogió del armario—. Con permiso.
—Tira más fuerte —dije.
—No sale, yo creo que ha hecho vacío.
—¡Tira! —quería que saliera ya.
—Pero no aprietes, que así no sale.
Hizo de nuevo un intento y…
Se quedó con la cadena en la mano. El nudo del cordón se había desatado de tanto tirar.
—¡Oh, cielos! ¿Te he hecho daño? Lo siento, lo siento.
—Un poco pero estoy bien, tranquila —lo primero que haría al llegar a España sería visitar a un ginecólogo. Esta me había descolocado algo fijo.
Llamaron a la puerta.
—¿Todo bien?
—Sí, sí, en orden.
Respiré aliviada, solo me faltaba tener más espectadores.
—Helena métete tú los dedos, a ver si la coges.
Estaba más blanca que yo. Creo que le aterrorizaba la idea de tener que meterme ella los dedos.
Lo intenté, pero cuando la lograba tocar se me escapaba.
—Se me resbala.
—Madre mía, ¿y qué vamos a hacer? —dijo consternada la mujer.
—Tranquila voy a expulsar el huevo como sea.
Me puse en cuclillas. Tenía que conseguirlo por las dos. Respiré, intenté relajarme y empujé y empujé.
—Vamos, Helena tú puedes conseguirlo, ¡empuja! —dijo la poli.
Qué presión, me estaba costando la vida, empecé a visualizar cómo salía…
Aprieto, aprieto, aprieto…
¡Y por fin la gallina puso su huevo!
—¡Bien! —gritó la poli amable entusiasmada, luego se puso seria recordando su lugar. Cogió de un armario una bolsa negra, metió la cadena y el huevo—. Puede vestirse ya, tendrá que esperar un rato —dijo dejando ya de tutearme. Abrió la puerta y se fue.