
CAPÍTULO 6 “EL FASCINANTE MUNDO SWINGER”
6. EL FASCINANTE MUNDO SWINGER
“LOS 10 CÓDIGOS DE HONOR DE LA CULTURA SWINGERS”
- No intentarás romper un matrimonio. Una pareja unida es sagrada, son amigos y conocidos que intentan darte un tiempo de diversión, como también ellos necesitan de ti.
- Respetarás las citas que acuerdes y avisarás oportunamente en caso de algún cambio imprevisto.
- Acudirás a las citas y reuniones con la idea de pasar un buen rato, no de hacer perder el tiempo a tu prójimo.
- Nunca, por ningún motivo, ejercerás presión sobre nadie para obligarle a swingear, así sea tu pareja. Recuerda… NO… significa rotundamente NO.
- No hables del estilo de vida swinger con personas que no hayan manifestado interés en ello. Respeta a los demás.
- Protegerás el anonimato de los demás, con el mismo celo que defiendes el tuyo. No proporciones teléfono y direcciones de nadie sin previa autorización. En otras palabras, sé discreto.
- Cuidarás al máximo de tu higiene personal y apariencia.
- No hagas nada que acarreé desacrédito o mala fama al estilo de vida swinger. Si estas en el SW, eres parte de nuestra familia… DEFIÉNDELA.
- Sé amigable y comparte con calidez con tus amistades SW, pero ten en cuenta que hay un cierto tipo de zona emocional que únicamente le pertenece al cónyuge de esa persona. No invadas territorios que no te corresponden, ni insistas.
- Respeta el tiempo, las ideas y los sentimientos de los demás y sobre todo responde a las propuestas que te hacen, aunque solo sea para decir “no gracias”
Sin que ella me lo dijera abiertamente, supe enseguida al tipo de fiesta a la me había invitado. Me apetecía tanto volver a guarrear… pero tenía mucho miedo, pensando que pudiera pasarme otra vez algo parecido a lo que me pasó con el condón… ¿Y si realmente no era ese mi camino? Todo eso nada tenía que ver con el libro de Carola que tanto me gustaba, bueno eso creo. No sé. Pero por otra parte lo deseaba con todas mis fuerzas. No sabía qué hacer. Tampoco quería quedarme con el mal sabor de boca toda la vida, por el idiota que me dejó el condón dentro. Igual debería hacerlo solo una vez para tener buen recuerdo y ya. Sí, eso haría. Como una despedida pero guay. Iría a la fiesta con la mentalidad de quien va a hacer una terapia.
El sábado por la mañana, hice dos clases de yoga seguidas como calentamiento para la noche. No quería tener tantas agujetas al día siguiente como en mi primera vez. También tenía la esperanza de poder calmar, aunque fuera un poco mis nervios. Al final siempre hacíamos unos diez minutos de meditación, pero mi cabeza era un torbellino interior y no pude concentrarme. Bueno la verdad es que no lograba concentrarme nunca. Aunque a Carola le contaba que sí.
Llegó el sábado noche y yo ya estaba aparcando. María vivía en las afueras. Había tardado aproximadamente una media hora en llegar. Llevaba un vestido monísimo, negro entallado por la rodilla y con escote palabra de honor. Cogí mi chaqueta de cuero, estábamos en marzo y aunque estaba haciendo buen tiempo hacía fresco por la noche, y la botella de vino.
Estaba frente a un chalet bastante grande. En la puerta aparcados ocho coches. Parecían buenos, pero como yo no entendía mucho, tampoco les presté mucha atención. Estaba como un flan. Si no me sentía cómoda, cenaría y me iría.
Llamé a la puerta, a un timbre con cámara. Había placas con avisos de alarma por toda la valla. Enseguida oí el sonido de la puerta que se abría. Estaba claro que María me había visto por la cámara y me había abierto directamente.
La puerta me abrió a un jardín impresionante, lleno de esculturas de piedra y árboles. Todo iluminado por farolas y focos que emergían de un cuidado césped.
Al fondo una casa de dos plantas de corte moderno, blanca, gris y negra. Supongo que debería estar impresionada, pero a mí ese tipo de lujos no me interesaban para nada, a pesar de eso, decidí que lo más educado era en definitiva mostrarme impresionada, como el resto de los mortales.
La puerta se abrió y apareció María, deslumbrante, guapísima, uffff me ponía…
—Pero qué guapa Helena, pasa ya estamos casi todos.
—Perdona me he retrasado un poco —dije mientras le daba dos besos.
—No pasa nada —una voz masculina intervino en la conversación, un hombre alto y de unos cincuenta años aproximadamente se acercó a mí.
—Es Raúl, mi marido —dijo María.
—Encantada —la verdad me quedé sorprendida, no le pegaba mucho.
—Ahora veo que no había exagerado María, al decirme lo guapísima que eres.
—Gracias, no es para tanto —y decidiendo ser cortés y educada empecé a halagarles la casa—. Tenéis una casa preciosa, el jardín es impresionante, cuántas farolas, todas iguales, tan simétricas con sus bordes redondeados y a su vez ondulantes, como si fueran del siglo… dieciocho, qué estatuas tan sensuales y… grandes, proyectan sombras desiguales en los arbustos, parece un jardín mágico y encantado… y la fuente…
—Muchas, muchas gracias —dijo el marido cortándome, mientras me cogía del brazo y me metía para el salón lleno de gente.
¡Menos mal! Ya no sabía ni que inventarme.
La casa por dentro tenía el mismo corte moderno que por fuera. Decorada en los mismos colores. Era totalmente minimalista pero con un maravilloso gusto. Me preguntaba a qué se dedicarían.
Raúl empezó a presentarme a todo el mundo. Había bastantes parejas, algunas atractivas, otras no tanto, a mí el marido de María no me ponía nada, a ver cómo le daba esquinazo, porque me miraba de una forma… y no me soltaba del brazo.
Rápidamente llegué a la conclusión de que era la única mujer sola y que sería el juguetito de la noche.
—He traído vino, voy a dárselo a María.
—Muchas gracias, no era necesario. Creo que está en la cocina, pero dame ya lo coloco yo.
—No, no te preocupes, así charlo con ella un rato —no sabía cómo quitármelo de encima.
—Bueno, pero no os enrolléis mucho, que queremos disfrutar de vuestra compañía —dijo sonriéndome.
Después de dar algunas vueltas, encontré la cocina. Enorme como toda la casa.
María estaba de espaldas colocando unos aperitivos en los platos.
—Hola, he traído vino, ¿te ayudo en algo?
—Gracias, no tenías que haberte molestado. Solo faltan estos platos y ya. El catering ha venido un poco tarde. Por suerte la chica que nos ayuda se ha quedado hasta ahora. No nos gusta que en las cenas haya servicio. Preferimos más intimidad —dijo mientras me sonreía—. Vamos.
Me sentaron al lado de María por fortuna y de un hombre no demasiado guapo pero bastante simpático y educado.
Comenzamos a cenar. Teníamos cada uno un cuenco con una especie de sopa fría y luego distribuidos por toda la mesa aperitivos y canapés muy elaborados. Tenían una pinta exquisita.
—¿Hace mucho que María y tú sois amigas? Es raro que no hayamos coincidido antes —dijo Enrique, que así se llamaba mi compañero de mesa.
—No, hace poco. Coincidimos en un curso… —me callé bruscamente. Alguien estaba levantándome el vestido y Enrique tenía las dos manos en la mesa. Me estaban retirando el tanga. Di un respingo y levanté el mantel…
CONTINUARÁ…