
CAPÍTULO 4 – El hallazgo
1ª PARTE
No pude casi dormir esa noche, repasaba una y otra vez lo vivido. Fue una de las noches más increíbles y excitantes de mi vida. Quería volver muchas veces. Había llegado a lo máximo.
El despertador sonó sin misericordia al día siguiente. Tenía comida en casa de mis padres. Era el cumpleaños de mi madre, no había contado con que me acostaría tan tarde. Eran las doce y no podía con mi alma. Tenía agujetas por todas partes. Aunque la noche anterior me había duchado o mejor dicho, casi desinfectado, volví a hacerlo al levantarme, a ver si me despertaba de una vez.
Cogí el coche. Mis padres vivían en las afueras de Madrid en una casa bastante grande. No sabía cómo disimular la cara de multifollada que tenía.
—Hola hija, pero qué mala cara tienes, ¿cómo estás? —me dijo mi madre mientras me daba dos besos.
—Estoy genial.
—Anda pasa.
Nunca entendí para qué querían mis padres una casa tan enorme, para los tres que vivíamos allí. Bueno antes de que yo me independizara, porque ahora, era para ellos dos solos y la gata que mi madre se había comprado para sustituirme. Sobraba casa por todos los lados.
—Hola Helena, ¡cuánto tiempo que no coincidíamos! ¿Cómo estás? —dijo dándome un abrazo Vicky —, mira Juan quién ha llegado ya.
—Hola, ¿qué tal? —dijo Juan mientras se acercaba para saludarme.
A Juan y a Vicky los conocía desde pequeña.
Saludé al resto de gente, un par de parejas más que no conocía y Pilar una amiga divorciada de mi madre, que hablaba por los codos. La que me esperaba…
Me fui al dormitorio que había en la planta baja, uno de invitados, para dejar el regalo y mi abrigo.
—¿Has visto qué cara tiene la pobre? Está destrozada.
—>Sí, parece que no lleva muy bien la separación.
—Pero no le digas nada del tema, que no quiero que se ponga a llorar y pase un mal rato. Que al menos hoy se distraiga.
La puerta estaba abierta. Mi madre y Vicky cuchicheaban.
—Hola —dije natural como si no hubiera oído nada—, ni se te ocurra abrir el regalo antes de tiempo, que te conozco —mientras dejaba las cosas encima de la cama—. Me voy a ayudar a papa con los aperitivos.
Para la hora del café y la tarta el dolor de cabeza era tan insoportable, que tuve que tomarme muy a mi pesar un paracetamol. No me gustaba nada tomar medicinas, pero la cabeza me iba a estallar. Me moría de sueño. En cuanto le diéramos el regalo me iría pitando.
Estaba en el sofá con Vicky a un lado y Pilar en el otro, comiendo tarta.
—¡Quita Lily! — dije apartando a la gata que estaba empeñada en comerse la tarta de todo el mundo. No había visto una gata con más ansias de azúcar que ella.
—¿Sabes que la hija de una compañera mía de trabajo, muy amiga, ha abierto una peluquería muy cerquita de tu casa? —dijo Vicky.
—¿Así? ¿Dónde? —pregunté con desinterés.
—Pues creo que justo al lado de la iglesia.
—¡Ah! ¡Qué bien! ¡Pues un día me acerco! —no pensaba hacerlo, yo estaba súper contenta con mi peluquera y también me pillaba cerca—. Ahora vengo — dejé mi plato en la mesita auxiliar, necesitaba ir con urgencia al baño.
—No tardes, que vamos a dar ya los regalos —dijo Vicky.
Por suerte estaba en casa de mis padres. Corrí a la planta de arriba, donde estaba mi dormitorio con mi baño dentro. Estaba como siempre. Mis padres no habían cambiado absolutamente nada. Estaba limpísimo. Sabía que mi madre no dejaba pasar allí a nadie, me conocía de sobra.
Después de revisarlo y ver que estaba limpio me senté. Apreté un poco para hacer pis primero. Mientras hacía pis, noté como si me estuviera saliendo algo de la vagina.
Me quedé helada, cuando vi que lo que me salía de dentro, era un condón.
—¡Helena! ¡Vamos! Que ya me van a dar los regalos —mi madre llamaba insistentemente—. ¡Helena! ¿Estás bien?
—Sí, ya voy —dije reaccionando antes de que mi madre tirara la puerta abajo.
Envolví el condón en papel higiénico lo mejor que pude. No sabía qué hacer con él. No llevaba bolsillos. Cerré bien la mano para bajar y lo tiraría rápido a la basura.
Abrí la puerta. Me encontré a mi madre de frente.
—¡Joder! ¡Qué susto mamá! ¿Qué haces?
—Esperándote, que estás muy extraña, ¿estás bien?
—¡Qué sí! ¡Qué pesada por Dios!
—Pues estás blanca. Helena, estamos todos muy preocupados por ti. Sé lo mucho que Alex y tú os queríais…
—>Mamá, por favor, otra vez el mismo tema no…
Por suerte nos llamaban desde abajo y se terminó la conversación.
No pude ir a la cocina, mi madre me llevó directamente al salón, donde todos esperaban con los regalos en una mesa.
—Voy a coger el mío, que está en el dormitorio —dije con la esperanza de pasarme primero por la cocina.
—No te preocupes, ya lo hemos puesto junto a todos —dijo Vicky.
Maldita sea.
Me senté resignada en el sofá. Sentía que mi corazón iba a explotar. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo había pasado?
Mi madre abría los regalos. Le volvía loca que le regalaran, como a mí.
Yo estaba ausente.
—¡Vaya me he manchado la falda de merengue! —dijo Pilar que se había sentado de nuevo a mi lado para seguir comiendo tarta.
La miré de reojo justo cuando vi que se limpiaba con papel higiénico.
—¿Qué haces? —le dije quitándole violentamente el papel higiénico con el condón dentro. En mi torbellino interior, no me di ni cuenta que dejé el paquetito en la mesa, al lado de mi plato de tarta—. ¡Que el papel higiénico te va a dejar más cerco!
—Es que no hay servilletas por ninguna parte chica, ¡tranquila! Iré al baño a echarme un poco de agua —dijo mientras se levantaba mirándome de reojo.
Yo aproveché para levantarme también y tirar el papel higiénico lleno de merengue a la basura.
Ya no pude más. Me despedí de todo el mundo y me fui.
Estaba aterrorizada, no sabía qué hacer. Mientras iba conduciendo repasaba la noche. Solo había tenido penetración con dos hombres, con Alberto y tenía claro que no había sido él y con el hombre de la segunda pareja con la que follamos. Recuerdo que vi cómo se ponía un condón y que no había llegado a correrse, porque me dijo que tenía que parar, que estaba sudando y que no podía más. Aunque yo creo, que fue porque la mujer se había pirado ya. No sé qué juego se traían entre los dos, pero sí sé que este al sacarla y verse sin condón… ¡No hizo nada! ¡Menudo cabrón! ¡Si lo tuviera ahora mismo enfrente…!
Al menos sabía que no se había corrido, pensé con alivio. ¡Solo me faltaba quedarme embarazada! Mañana iría al médico nada más salir del trabajo.
Pero cuando llegó el momento me quedé en la puerta, no fui capaz de entrar. ¿Qué le iba a contar? Si yo no tenía molestias ni nada. Lo mejor era esperar tres meses y hacerme las pruebas, por si me habían pegado algo. Eso era lo que aconsejaban en internet. Iba a morir en la espera, no tenía la menor duda. Iría preparando mis últimas voluntades.
Con lo bien que me lo había pasado… Igual era una señal de Dios para encaminar a su oveja descarriada. Seguro. Esto no debía estar bien. Yo creo en las señales y esta es bien grande.
Me fui para casa. Había un poco de atasco.
—Hola —dije poniendo el manos libres.
—Vaya hija, que alegría de recibimiento.
—Perdona estoy conduciendo mamá.
—¿Habrás puesto el manos libres no? Mira quería comentarte una cosa, aunque me da un poco de apuro, no se lo he dicho a nadie, ni siquiera a tu padre.
—Dime —ahora solo me faltaba una confesión íntima de mi madre.
—Creo que ayer en mi cumpleaños, alguna de las parejas que vino, hizo algo.
—¿Cómo que algo?
—Sí, algo.
—Mamá, por favor, especifica que es algo.
—Sí, que hicieron el amor y esas cosas…
—Pero ¿por qué dices eso?
—Verás, es que entré en la cocina a por hielo que faltaba y… me encontré a Lily excarvando en el cubo de la basura, lo había tirado en busca de restos de tarta. Ya sabes lo que le gusta el dulce. Y me encontré una cosa de esas… un preservativo vamos. ¿Quién habrá sido? ¿Tú viste a alguna pareja que desapareciera?
Di un frenazo que casi me estrella contra el cristal, de no ser por el cinturón. Estuve a punto de atropellar a un chico, que iba a cruzar un paso de peatones. Odiaba a mi sustituta con todas mis fuerzas. Mierda de gata golosa.
Pasé los días siguientes redactando mi testamento por si acaso no salía de esta. Y también mirando en internet todo lo que podría haber cogido. Cada mañana me examinaba escrupulosamente con un espejo aumentado todo mi cuerpo, por si me empezaban a salir manchas, se me ponía verde o yo qué sé. Tanto buscar al final encontré.
Una mañana después de la ducha y durante mi riguroso examen del día, descubrí en la parte baja del pubis tres bultitos pequeños con la punta blanca. Podrían ser perfectamente unos granos, pensé intentando tranquilizarme; así que empecé a apretarlos, pero nada no explotaban.
Ya está, el principio del fin.
>Busqué en internet todo lo que podría ser y de ahí saqué la conclusión de que tenía que pedir cita urgentemente al ginecólogo. Me dieron cita para dos días. Suerte que tenía seguro privado. Mi madre siempre insistía en él y en esta ocasión le agradecía su consejo.
Pues llegó por fin el día, no conocía a esa ginecóloga, era la primera vez que iba. Fui al sitio que más pronto me dio la cita. No sabía que le iba a decir, ni cómo enfocar el tema.
Entré. Era una habitación pequeña, parecía limpia. Una mujer mayor con el pelo grisáceo recogido en una coleta. Tenía cara de amable.
—Hola, ¿cuál es el motivo de su consulta? —dijo toda seca.
Creo que he sido muy benevolente en mi primera impresión.
—Verá… —tragué y tragué saliva— Yo… soy periodista y dentro de mi labor de investigación a veces tengo que ir a sitios peligrosos y hace una semana, fui a un sitio liberal. Liberal sexual, no liberal en sentido político ni nada de eso, para hacer un reportaje. Ya sabe usted, a veces hay que sentarse en sitios insospechados. Bueno usted no lo sabrá, porque no la imagino en un sitio de esos, ¡jejeje!, pero no porque sea mayor ni nada —la mirada de la mujer empezaba a taladrarme así que decidí resumir la exposición. Mis nervios estaban de nuevo traicionándome—. Tengo tres bultitos ahí abajo, creo que al sentarme me pegaron algo, mira que es mala suerte y casualidad.
—Pase a la camilla y desnúdese de cintura para abajo —me dijo mirándome toda agria.
La camilla tenía un rollo de papel que hacía de sábana, me imagino que iba cortando el papel y tirando del rollo con cada paciente. Pero el papel que había, estaba arrugado y usado y la doctora no hacía nada. Solo esperaba que yo me quitara la ropa. Se dio la vuelta para ponerse los guantes y en un microsegundo yo tiré del rollo y con el pie metí el resto usado debajo de la camilla. No me daba tiempo de cortarlo y tirarlo.
—Súbase a la camilla —dijo mientras miraba el papel colgando.
Cerré los ojos…
2ª PARTE
…me daba igual. Será rácana. O a lo mejor es que le descontaban el material del sueldo. Las clínicas privadas es lo que tienen. Le dejaría un euro en la mesilla antes de salir.
No tardó ni un segundo en hablar al verme los bultos.
—No son más que moluscos contagiosos, muy comunes y que pueden salir en todo el cuerpo. Es muy frecuente que se peguen incluso en piscinas y más si se rasura el pelo. Es vírico, se va solo. Se pueden quemar si crecen mucho, pero yo no lo considero necesario en su caso.
Salí de la consulta una mezcla de feliz y desolada. Feliz porque no era nada grave y desolada porque podrían pasar años hasta que eso se fuera solo. ¡No había tratamiento!
Llamé a Carola para contárselo. Ella seguro que conocería algún remedio natural o algo.
—Hola Carola.
—Vaya Helena, tú llamando eso sí que es extraño —es verdad no me gusta hablar por teléfono—. ¿Cómo lo llevas?
—Muy bien, Carola, tengo moluscos contagiosos, pero me han dicho que no hay tratamiento, ¿tú conoces algún brebaje de los tuyos que me los quite?
— No, pero son muy fáciles de quitar, ¿dónde los tienes?
—Mmmm… en las rodillas.
—Ya… coges unas pinzas de depilar, las desinfectas, aunque eso sobra decírtelo a ti. Rompes un poco la piel y sacas la bola blanca, que no puede tocar nada porque es lo que contagia y listo. Duele un poco en ciertas zonas intimas, pero…
—Gracias, luego te llamo y te cuento. Un beso —y le colgué.
Pues dicho y hecho. Ya volvía a ser normal. Al menos por fuera.
Alberto no paraba de llamarme y al final se lo conté. Se quedó muerto, aunque intentó tranquilizarme. Le dije que por el momento no iba a quedar y tampoco insistió mucho.
Durante unos meses me escribió de vez en cuando, preguntando cómo estaba, hasta que al final se cansó. A mí no me apetecía verlo, me recordaba mucho algo que quería olvidar. Además, que yo ya no quería ir nunca más a ningún sitio de esos, que no contara conmigo.
Pasaron por fin los tres dichosos meses de ventana para hacerme las pruebas. Estaba aterrorizada. Ya tenía mi cartulina hecha con todas las enfermedades posibles y sus síntomas. Por supuesto no follé nada durante esos tres meses. Una monja vamos.
La espera fue un infierno, pero cuando la doctora me dio los resultados y me dijo que estaba todo bien, empecé a dar saltos de alegría por todo su despacho.
Nunca volvería a follar con más de una persona y si era necesario me plastificaría con film transparente de cocina, en cada encuentro sexual que tuviera.
Me fui a celebrar con unas amigas la buena noticia. Por supuesto ellas no sabían lo que yo celebraba, pero como les pedí que nos fuéramos de marcha y eso era poco común en mí, no dudaron ni un instante en preparar la salida.
Estuvimos cenando en un restaurante mexicano. Irina, una amiga del instituto, casada pero sin hijos y Rita, amiga de Irina que se había convertido también con los años en amiga mía. Eran dos personas muy vitales, con las que poco a poco había dejado de tener cosas en común, pero a las que me seguía uniendo mucho cariño. Siempre intentaba estar en contacto con ellas.
Fuimos a una discoteca de moda, yo hacía siglos que no iba a ninguna. No les encontraba ninguna gracia. Sonaba algo así como reggaeton disco; no sé, una mezcla muy rara que hacía a la gente enloquecer y dar saltitos. Estaba bastante llena. Rita e Irina iban bastante contentas entre el vino de la cena y la copa que se estaban bebiendo. Yo no solía beber casi nunca. Había bebido coca-cola y ahora estaba con un botellín de agua. Mis amigas empezaron a bailar.
— Venga Helena muévete un poco —me gritó al oído Irina intentando que yo bailara.
—No me gusta esta música —le dije.
—Vale, ahora te pido un poco de ópera, ¡jajajajaja! —y se puso a bailar con Rita frenética.
—Hola, ¿cómo te llamas? —dijo un chico acercándose a mí.
Lo miré de arriba abajo, era mono.
—Helena, ¿y tú?
Como estaba aburrida y el chico aparte de mono, era simpático, me puse a hablar con él sin más. Mis amigas se acercaron y acto seguido sus amigos también. Estuvimos al menos un par de horas riéndonos, bailando, bueno Luis, que así se llamaba el chico y yo no. Teníamos el yoga en común y hablamos un montón de ese tema, casi a gritos por el ruido que nos rodeaba. Quedaba un poco raro eso sí.
—Me encantas, eres tan guapa y divertida —dijo Luis cogiéndome de la cintura.
—¿Quieres ganarte un beso no? —le dije mientras me acercaba a darle un beso a ver qué tal.
Lo cierto es que llevaba tres meses sin sexo y estaba que me subía por las paredes y el chico no besaba mal.
—Quiero ganarme mucho más… —dijo mientras me daba un mordisco y me rozaba una teta.
Bueno, bueno, parecía que el mundo “normal” también avanzaba bastante rápido.
¿Y ahora qué se suponía que hacía? ¿Llevarlo a casa y demás? Tenía que aleccionarle de que se tenía que ir cuando acabáramos o irme yo a su casa y así marcharme rapidito al terminar. Pero… a saber el tiempo que hacía que no cambiaba sus sábanas. No, no, ¡qué asco por favor! Lo mejor era que se viniera a la mía.
—Hace tiempo que no lo hago. Estoy súper cachonda.
—Mmmmm, yo más. Mira —me puso la mano en el paquete, bueno paquetillo más bien—, me tienes a mil.
Ya en el coche le hice mi exposición sobre que no me gustaba dormir con nadie.
—¡Ah vale cariño! Tranquila que yo me piro cuando te de lo tuyo.
Lo mío… pensé.
En el ascensor ya empecé a aburrirme, ¿por qué seguí? Supongo que quería darme una oportunidad, un poco de margen. Tenía que integrarme de nuevo en el mundo convencional y hacer un esfuerzo.
Me quitó en un microsegundo la ropa y empezó a comerme el coño, como quien se come una hamburguesa. Cuando vi que la cosa no iba a evolucionar de hamburguesa a helado derritiéndose, me levanté y empecé a comérsela.
—¡Joder! Qué gusto encontrar a una tía que la coma bien, si supieras con la de ineptas que me encuentroooooooohhhhh —decía con los ojos en blanco.
Y ya estuve rayada todo el tiempo, pensando que el inepto número uno era él. A partir de ahí le saqué punta a todo. Que si parecía que amasaba pan mientras me tocaba las tetas, que si el ritmo era monótono… daba igual, lo que hiciera me iba a parecer fatal y lo hubiera criticado. Creo que llegué hasta el fin, para empaparme bien de esa experiencia soporífera y demostrarme a mí y al universo que el sexo a dos era un rollo supremo.
Yo no me corrí claro, pero él parecía que ni se había dado cuenta.
Empezó a abrazarme muy fuerte y a acurrucarse. Me deshice como pude de su abrazo pegajoso.
—Bueno… me ha encantado… Voy al baño. Espero que encuentres la ropa que te he quitado —le dije sonriendo con la esperanza de que al salir del baño, ya estuviera vestidito y con las llaves del coche en la mano.
Me senté en la taza del wáter contando diez largos minutos, haciendo un esfuerzo de generosidad dándole tiempo. Me limé las uñas, coloqué la repisa de las pinturas y salí.
¡Horror! Estaba tan pancho en la cama.
—¡Eyy cariño! Cuánto has tardado, te echaba de menos —me dijo remoloneando.
—Como no oía ruido pensaba que te habías ido ya —dije sonriendo.
—Y yo como no oía ruido pensaba que te habías dormido en el wáter. Iba a entrar… — dijo bostezando—. ¡Ufff! Qué sueño, he madrugado tanto hoy.
—Sí, yo también estoy que me caigo.
—El caso es que yo tengo un partido de fútbol muy cerca mañana y juego a las 9. Siempre llevo la ropa del fútbol en el coche.
—Genial, así cuando vayas mañana, te acordarás de mí cuando vengas en coche conduciendo desde tu casa.
—¡Qué pereza coger el coche ahora!
A mí la sangre se me helaba por momentos. Solo de imaginar dormir con él… Era mi justo castigo por haber sido tan crítica.
—Ya te dije que yo no dormía con nadie.
—Joder podrás hacer una excepción con alguien, aunque sea por caridad. Estoy súper cansado.
—Ni loca duermo yo con nadie.
—¿En serio? Anda no te hagas la interesante. Si a todas las mujeres os gusta —me dijo mientras me abrazaba.
—¡Quitaaaaa! Que además lo hago para protegerte, que ronco y hablo en sueños.
—¡Ahhh bueno! No te preocupes con lo cansado que estoy, enseguida que me duerma ni me entero.
No me lo podía creer. No sabía cómo salir de esta. Qué pesadilla de noche.
—No solo eso, también soy sonámbula y puedo hacer cosas…
—Mmmmm, ¡qué bien! A ver si te da por hacerme una de tus increíbles mamadas…
—No soy una sonámbula tan guay —no sabía ya que inventarme—, la última vez cogí un cuchillo de la cocina, por eso no quiero dormir con nadie. Qué tengo que contarlo todo ¡Jodeeer!
—¡Jajajaja! Qué excusa más mala. ¡Tengo miedo! —dijo riéndose y fingiendo cara de terror.
—¡Qué te vayas ya coñoooooo! ¡No quiero que estés aquí! —no aguanté más y se lo dije mientras le tiraba la ropa a la cara, con la mala leche que se te queda en el cuerpo después de sentirte mal follada.
Y ahí parece ser que se lo empezó a tomar en serio, porque le cambió la cara.
—Sabes, me flipa la gente como tú. Que va mucho de paz y amor y luego no es capaz de tener un acto de humanidad con otro ser humano y lo tira a la calle a las cinco de la mañana como a un perro, medio borracho y hecho polvo. Qué Dios me libre de los espirituales. Eres inhumana y mala persona… —entre otras cosas es lo que me dijo mientras se vestía y se marchaba dando un portazo.
Me quedé mirando a la puerta, mientras reflexionaba sobre lo que me había dicho. Quizás tuviera algo de razón…
Me dormí diciéndome a mí misma que yo ya le había avisado antes. Pero qué cabrón, había hecho que me remordiera la conciencia. Me arrepentía de haber sido tan brusca, pero es que me sacó de quicio.
No volvería a quedar nunca más en mi casa. Me iría a casa del otro (con mi juego de sábanas por supuesto) o a algún hotel o a donde fuera. Yo mala persona, será cretino zzzzzzz…