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La Mujer Salvaje
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CAPÍTULO 3 – DEBUT TRIUNFAL

1ª PARTE

No sabía con quién desahogarme y contarle esta experiencia. Mis amigas eran demasiado convencionales y Carola bastante conocía ya, como para contarle que había ido a hacerme un masaje tántrico y que un tío, que me había confundido con una trans, me había robado el tanga. Mejor me callaría.

En cuanto llegué a casa lo primero que hice, fue mirarme en el espejo.

¿De verdad parecía una trans? Me miré y remiré, tocándome las tetas y al final decidí que sí, que claramente debía tener un punto. Igual por eso atraje desde el primer momento a Alex.

A partir de ahora intentaría hablar de la manera más dulce posible, para compensar.

A la mañana siguiente fui a la oficina con ganas. Me había emparanoiado y trabajar me centraría un poco.

Yo trabajaba en recursos humanos, en una empresa dedicada a la energía renovable, a veces el trabajo era excesivo, pero me llevaba bien con mis compañeros y estaba a gusto.

—¡Buenos días a todos! ¿Qué tal estáis? ¡Qué rollo de lluvia! ¡Menudo tráfico! —dije sonriendo.

—¿Qué te pasa en la voz? ¿Estás bien? —me contesto Carmen con cara de pocos amigos, no le gustaba nada madrugar, hasta el tercer café no era humana.

—Nada, ¿por qué lo dices? —dije aclarándome la voz—. Solo saludaba.

—Hablas raro.

—¡Anda por favor! —me reí, pero decidí callarme, no hablar más por el momento y sentarme en mi mesa.

—Buenos días Helena —dijo una chica a la que le había hecho un contrato temporal, por una sustitución de dos meses.

—Hola —le dije ya con mi voz normal, no me acordaba de su nombre.

—Pues nada vengo a firmar el finiquito y eso.

—¡Ah! Es verdad que hablamos ayer. Ana, Ana Gómez, ¿verdad? Siéntate, por favor—dije mientras buscaba los papeles que tenía que firmar —. Aquí están. ¿Qué tal te ha ido? ¿Estás contenta?

—Mira, en confianza, a mí no me llaméis más para sustituir a la secretaria del Sr Víctor Montemayor, si es para otro puesto sí, pero para ese olvidaros de mí. Antes prefiero barrer calles si es preciso.

—¡Vaya! Siento que hayas tenido mala experiencia, lo tendremos en cuenta.

 El señor Montemayor era uno de los tres socios fundadores de la empresa. Yo afortunadamente no tenía que trabajar con él y mi trato era inexistente; pero sabía de sobra su fama de duro, antipático y exigente hasta límites inhumanos. No sé cómo su secretaría de toda la vida lo aguantaba. Esperaba que no se volviera a coger nunca más “un tiempo por motivos personales”.

Ana firmó y puso pies en polvorosa en un santiamén. Pobre chica.

Por fin eran ya las seis, hoy salía a mi hora. No había dejado de llover en todo el día, aunque ahora solo era una llovizna suave. Cogí mi coche del parking de la empresa y puse rumbo a casa.

Me salté el semáforo que había en una calle, por donde nunca pasaba nadie. Sí, sé que está mal, pero no venía nadie y me estaba… me estaba… bueno lo diré así, me estaba haciendo mis necesidades. Era incapaz de hacerlo en un wáter que no fuera el mío. Pis y eso sí, siempre que lo hubiera limpiado antes con mi pack higienizante y sin apoyarme. En los viajes largos lograba adaptarme a duras penas, siempre y cuando no lo compartiera con nadie y solo en mi hotel.

De repente vi a un policía que me daba el alto, pero de dónde había salido, ¡maldita sea!

—Señorita, ¿sabe usted por qué la he parado? —me dijo con una sonrisa encantadora. Un policía bastante guapo, calvo y de piel muy morena.

—Ni idea —dije sonriéndole yo también, desde fuera debían de pensar que estábamos grabando el anuncio de algún dentífrico.

—Se ha saltado un semáforo en rojo.

—Mmmm, estaba en ámbar.

—No, acababa de ponerse en rojo.

—Vale, acababa de ponerse en rojo. Es cierto —no podía desde luego contarle el motivo de mi urgencia. Apreté el culo todo lo que pude—. Es la primera vez que lo hago, de verdad y la última, lo prometo —pensé en poner voz dulce, pero al recordar la cara con la que me habían mirado los de la oficina, desistí.

—Está bien, si de verdad me prometes que no volverás a hacerlo, te dejo ir sin penalización.

—Nunca más lo prometo —jo, qué poli más guay—. Sí quiere que le firme la promesa o algo —le dije sonriendo y sin parar de pestañear.

—No es necesario, tranquila. ¡Vaya! Yo también estoy leyendo ese libro —dijo señalando el libro que estaba en el asiento del copiloto.

—¿”El amor curativo a través del Tao, cultivando la energía sexual femenina”? —dije irónicamente. Nos reímos a carcajadas los dos.

—Bueno no, pero me interesa mucho la energía femenina y me encantaría que me explicaras un poco de qué va. Confieso que nunca he puesto esta excusa, para pedirle el teléfono a ninguna chica.

— Pues te defiendes bien pidiendo teléfonos —le dije riéndome.

—Un café este fin de semana, ¿y seguimos hablando? Tengo que seguir multando a imprudentes como tú.

—Ok — le di mi teléfono. Me gustaba y no podía seguir perdiendo tiempo, tenía que llegar a casa, ¡ya!

Alberto me escribió y quedamos el sábado, lo pasamos genial. Era un hombre divertidísimo, tuvimos sexo, pero fue un poco extraño para mí. Era el primer hombre con el que me acostaba después de mi ruptura con Alex. Me sentía rara.

Nos seguimos viendo con frecuencia, nos gustábamos, pero los dos sabíamos que no pasaríamos a más y por eso estábamos tranquilos. Él porque era un hombre que no quería compromisos de nada, ni exclusividad y yo porque no estaba preparada para meterme de nuevo en una relación, además mis inquietudes no iban por ahí…

Un día, después de hacerlo por segunda vez y ese era el límite para él —(carita de llorar)— Alberto empezó a hablar por los codos como era su costumbre.

—¿Y tú no tienes vibradores y esas cosas?

—¿Te dan morbo? —le pregunté sorprendida.

—¡Ufff sí! Verte mientras te masturbas con uno, me pondría a mil.

—¡Vaya eres un poco voyeur!

—Un poco, pero va, olvídalo si a ti no te gusta…

—A mí me encanta Alberto, mirar y que me miren. Nunca le he dicho esto a nadie… me da un poco de vergüenza…

—Venga dímelo, creo que tenemos más cosas en común de lo que crees.

—Tengo la fantasía de ver a gente follando y de que me vean a mí.

—¿En serio? Siempre he deseado ir a un sitio de esos de intercambio, pero nunca me he atrevido a proponérselo a ninguna chica, por miedo a que pensase que era un pervertido.

—A mí me pasa lo mismo, nunca me atreví a decírselo a mi ex y luego resulta que pretendía que viviéramos él, su novio y yo juntos. Qué ironías tiene la vida.

—¡Joder qué fuerte!

—Ya ves —dije pensativa, pero enseguida me quité los fantasmas gais de la cabeza—. Me encantaría hacer un trío con un hombre y una mujer a la vez. Deseo saber cómo es hacerlo con una chica.

—¡Qué morbazo Helena! Es mi fantasía también. ¿Qué te parece si el sábado que viene vamos a un local de esos?

—¡Sí! ¡Quiero! —dije entusiasmada—. Me encantaría ir y mirar un poco de qué va —fui a probar suerte a ver si con la excitación de la idea caía el tercero, pero Alberto ya se estaba poniendo la ropa.

—Me voy cielo, que mañana madrugo.

A Alberto no le importó que no quisiera dormir con él, se lo dije el primer día y no insistió nunca, es más, creo que agradecía que yo fuese así.

No pude dormir en toda la noche. No podía creer que estuviese a punto de pasar, lo que llevaba tantos años deseando en secreto.

Creo que lo desconocido siempre nos genera mucha fantasía y expectación. Alberto dejó en mis manos la elección del local y lo dejó en buenas manos; porque busqué a conciencia el local donde nos íbamos a estrenar los dos y esta vez no me dejé engañar por nicks ambiguos. La experiencia era un grado.

Una vez elegido el sitio, hice una especie de mapa en una cartulina blanca que compré. Estudié y estudié las instalaciones, confeccioné un itinerario, un planning. Tenía una estrategia preparada para cualquier posible situación:

—Si alguien intenta metérmela, apretaré las piernas hasta estrangulársela.

—Mantendré las piernas cruzadas en todo momento, para que ninguna mano se cuele sin permiso.

—Si veo a alguien conocido, me pondré la máscara que compré en los chinos junto a la cartulina blanca y que no puedo olvidar meter en la mochila.

—Si Alberto se intenta ir con otras, utilizaré las esposas para atarlo a mí. Fingiré que es un juego erótico más —estas no las he comprado en un chino, son de una vez que me disfracé de policía en carnavales.

—Aunque es un poco hortera, llevaré una riñonera con todos mis enseres de limpieza por si veo alguna mancha extraña en las camas; en el caso que Alberto y yo queramos hacer algo los dos solos.

—Llevaré una mochilita con mis propias toallas, ya sé que allí las dan, pero a mí quién me garantiza que no las reciclen sin lavar cuando hay mucha gente y mucha demanda.

—Las sábanas no son necesarias, las dan desechables y envueltas en una bolsa hermética —eso me dijo la chica que contestó el teléfono muy amablemente.

Tener fantasías sexuales guarras y ser escrupulosa a la vez, era una extraña mezcla que no sabía muy bien cómo iba a resultar en la realidad.

Lo tendría todo bajo control. Alberto y yo habíamos pactado que al ser la primera vez solo tomaríamos algo y miraríamos. Lo haríamos solo entre nosotros y no interactuaríamos con nadie.

Por fin llegó el esperado sábado… estaba histérica. Mientras esperaba, me preguntaba qué necesidad tenía yo de meterme en estos líos. Mil veces estuve a punto de anular la cita. Mil veces leí las normas del sitio. ¡Mierda! Me había arreglado tan pronto que tuve tiempo de pasar por todos los estados de ánimo posibles. Otra vez me puse a ver las fotos y a repasar mi mapa y las normas del sitio:

1. Trata a la gente como te gustaría que te trataran a ti —¡Con desapego!

2. Lleva siempre preservativos —al menos 2.

3. No descuides tu higiene —rogaba al cielo que todo el mundo se leyera esta.

4. Si alguien dice que no es que no —o riesgo de estrangulamiento pollil.

5. Acepta solo lo que sea divertido para ambos —o me veré obligada a sacarte las esposas.

6. Si tu pareja no está de acuerdo con el encuentro, no la presiones —preguntar por décima vez a Alberto si de verdad quiere.

7. No debes establecer ningún tipo de relación afectiva o emocional fuera del encuentro sexual. Sería infidelidad. —solo diré hola y a adiós a la gente con la que me encuentre.

Me los sabía tan de memoria, que si al salir me hubiera encontrado con la vecina, en vez de darle las buenas noches le hubiera soltado toda la parrafada sin querer. Gracias a Dios, no me encontré con nadie. Me sentía furtiva.

Alberto había venido a recogerme. Estaba tan mono con su camisa blanca.

—Hola —le dije sonriendo y dándole un beso.

—Hola, estás guapísima, pareces una “boy scout”

—¡Qué gracioso!

—¡Pero qué llevas en la mochila!

—Cosas de mujeres, ¡venga vámonos!

No paramos de decir tonterías en todo el viaje. Estábamos los dos súper nerviosos. No conseguíamos encontrar aparcamiento.

—Aparca en el parking y ya está —me tenía mareada.

—¿Se lo dices a un poli? Yo tengo que encontrar aparcamiento como sea.

—Venga por favor, lo pagaré yo —llevábamos ya 20 minutos dando vueltas, me estaba mareando y se estaba alejando mucho. Ya me veía con mis tacones de aguja y el mochilón a cuestas andando dos kilómetros. Al fin la providencia me sonrió, al dar la enésima vuelta, vimos un sitio bastante cerca del local.

—¿Quieres que te la lleve yo? —dijo Alberto señalando la mochila.

—No, no, no pesa nada. Gracias —dije alejándome.

 Llegamos al sitio. No tenía cartel… qué sospechoso. No nos atrevíamos a entrar.

—Pues parece que tiene que ser aquí el intercambio —señaló Alberto.

—Sí, eso parece.

—Sí, aquí pone claramente número 50.

—Claramente.

—Son números un poco abstractos, pero se distinguen perfectamente el cinco y el cero.

—Bueno el cero bien podría ser un seis y no ser en realidad el 50 —me callé. Un grupo de gente se acercaba por el otro lado e interrumpió nuestra instructiva conversación. Llamaron al timbre, nos miraron y entraron.

—¿Te has fijado? —le dije a Alberto dándole un codazo—. ¡Qué mayores! Yo ahí no entro.

—Pero si solo vamos a mirar, ¿no? ¡Qué más da!

—Pues para eso vamos al INSERSO y miramos allí —dije dándome la vuelta.

—Venga vamos —dijo tirando de mí y llamando al timbre.

Al final entré en razón y lo seguí.

Había un pasillo oscuro y a la derecha una pequeña recepción. Una chica rubia y siliconada nos recibió con una sonrisa.

—Hola, ¿es la primera vez que venís? —me miró de arriba abajo e hizo una pausa en mi mochila.

—Sí, es nuestra primera vez, pero nosotros sabemos perfectamente cómo funciona esto. Siempre tratamos a los demás como nos gusta que nos traten a nosotros. Llevo preservativos, una caja pero vamos que con dos tenemos más que de sobra. Me llevo duchando cada hora desde las 19:00 h de la tarde. No vamos a proponer nada a nadie, así que nadie nos dirá que no y a demás a nosotros nos divierte un montón esto, ¿verdad? —me empecé a reír histérica, mientras le daba un codazo a Alberto para que me siguiera. Corté la risa en seco cuando vi dos pares de ojos mirándome incrédulos. ¡Mierda! Hablo mucho cuando estoy nerviosa.

—Me alegro, son 50 E —me miró seria—. ¿Quieres dejar la mochila aquí?

—No gracias, ¿hay taquillas no?

—Sí, pero se necesita candado.

—He traído —dije señalando la mochila mientras sonreía—, me lo dijo una chica muy amable con la que hable por teléfono. Creo que no eras tú, no es que quiera decir que tú no seas amable, sino que…

—Ok, ok, los abrigos los dejáis aquí o también los metéis en la mochila —dijo impertinente.

—Sí, sí los dejamos aquí —se apresuró a decir Alberto.

—Un euro si los ponéis en la misma percha.

Se los dimos y nos metimos para adentro. Qué ganas tenía de perderla de vista.

Solo nos alejamos unos pasos cuando Alberto me preguntó:

—¿A qué ha venido lo de los dos condones nada más?

—No sé, ha salido de mí sin procesarlo, me pasa cuando estoy histérica, ¡mira qué bonito! —dije desviando un poco el tema.

—Prepárate nena que esta noche compraremos más, ¡hoy estoy a tope! —dijo con su mejor sonrisa.

Había muchos pasillos y recovecos. Todo estaba a media luz. Se oía música tipo disco. Estaba lleno de gente por suerte de todas las edades. Llegamos a una sala espaciosa, donde había una barra. La gente bebía, bailaba y hablaba. En el centro, una especie de plataforma redonda con una barra metálica en medio. Imaginé el tipo de baile que se haría allí.

Me daba pánico encontrarme a alguien de la oficina, a Nachito el salido, miré hacía todos los lados, pero no lo vi. Respiré aliviada, pero el alivio duró poco. Al girar la cabeza para el otro lado, vi a una pareja al fondo de la barra follando. Sí, así, tal cual.

Ella con los brazos apoyados en la barra y con el culo en pompa. El hombre dándole por detrás, ella parecía que hablaba con el camarero:

—¡Ahh, ron con colaaaaahhhhhhhh!

—¡Más fuerte! —gritó el camarero—. No oigo.

El novio se sintió ofendido pensando que le estaba llamando nenaza y le dio una embestida estrellando la cabeza de la novia contra la del camarero, que justo se acercaba a ella para oír la bebida. En fin una desgracia, sangre por todos los lados…

Vale, esto no sucedió, pero era divertido pensarlo, así me quitaba un poco la violencia que sentía de ver a nuestros compañeros de barra. Era la primera vez que veía a alguien follar en persona, que no estuviera conmigo claro.

—¡Qué guay! ¡Qué natural es aquí todo! ¿Verdad? —dijo Alberto salivando.

Como la gente me empezaba a mirar mucho, bueno sobre todo la mochila que llevaba a mis espaldas y me estaba pesando bastante, decidí quitármela.

—Alberto, voy a llevarla a las taquillas.

—Voy contigo.

—No, no, están aquí al lado, me sé el sitio de memoria, ¡jejejeje! Tú ve pidiendo las bebidas que no tardo—no quería que empezase a cotillearme la mochila, ni la riñonera al sacarla.

Me metí por un pasillo, solo me crucé con una pareja bastante joven y atractiva que me miró insinuante, pero yo me alejé rápido, no vaya que me tocaran o algo.

Las taquillas estaban dentro de los vestuarios y eran mixtas. Había un chico que acababa de salir de la ducha y una pareja dejando las cosas en su taquilla. Me miraron …

2ª PARTE

 Me miraron, pero siguieron a lo suyo. Mejor.

Desde el primer momento ya vi un problema de proporción entre la mochila y la taquilla. No podía sacar las toallas e ir acarreándolas por ahí mientras no las fuéramos a utilizar.

La metí. Se quedaba casi la mitad fuera. Apreté con todas mis fuerzas, pero no había manera.

 Pensé que quizás empujar la puerta de la taquilla me ayudaría. Empujé y empujé, pero el suelo estaba escurridizo, no quería pensar en lo que podría ser esa humedad. Me resbalaba con mis tacones de aguja, al hacer tanta fuerza con la puerta de la taquilla, pero por nada del mundo iba a pisar ese suelo descalza. Por suerte el vestuario se había quedado vacío y nadie me veía.

—¿Te ayudo? —me dijo una voz de hombre a mis espaldas.

—¿A qué? —dije girándome, era un hombre de mediana edad en albornoz.

—A cerrar la taquilla no sé…

Bueno aunque esto no tenía por qué implicarnos emocionalmente decidí mejor que no.

—Gracias, pero no es necesario.

El hombre me miró pensativo, pero un segundo después, se fue para el aseo.

Volví a apretar con todas mis ganas, apoyando mi hombro en la puerta para hacer más fuerza encontrando la estabilidad como podía. Por fin parecía que se iban acercando los dos cáncamos donde tenía que meter el candado. El hombre salió y sin parar de mirarme se fue. Yo le miré sonriente, pero sin hablarle. Dos minutos más tarde ya tenía el candado puesto, aunque la puerta no estaba cerrada herméticamente. Había como dos dedos de apertura y se veía la mochila perfectamente. Pero estaba cerrada. Me senté orgullosa en el banco que tenía enfrente de la taquilla para mirar mi logro y para descansar un poco. ¡Menudo esfuerzo! Pensaba en lo fuerte que me había puesto últimamente, al entrenar un poco más. Justo en ese momento, la puerta de mi taquilla se abrió con brusquedad y se cayó la mochila. Los tornillos del cáncamo, que no debían estar muy fijos, se soltaron de la puerta ante tanta presión. Me levanté enseguida, cogí la mochila y rápidamente quité el candado. Me puse la mochila otra vez en la espalda y me fui pitando antes de que nadie viera que había roto la taquilla.

Me acerqué a Alberto, estaba ya hablando con una chica. ¡Vaya! Sí que no perdía el tiempo.

—Hola —dije mientras me acercaba recelosa.

—Hola, mira Helena, te presento a la relaciones públicas del lugar, Mina.

—Encantada —le dije dándole dos besos. Era una chica joven, rellenita y atractiva.

—Un placer Helena le estaba preguntando a tu chico si erais nuevos —dijo mirando la mochila—. Por cierto puedes dejar tus cosas en la recepción o en nuestras taquillas.

—Si iba al vestuario a dejarlas, ¿qué pasa, no lo has encontrado? —dijo Alberto mirándome.

—Pues eso era lo que iba a proponer, si queríais que os enseñara el local y os explicara un poquito, si queréis empezamos por ahí y descargas —me sonrió mientras me miraba.

—No, no, prefiero llevarla conmigo —no quería que descubriera que había roto una taquilla.

—¿Qué llevas el ajuar y un camisón? —dijo Mina riéndose.

—Pero si habías ido a dejarla —otra vez insistía Alberto.

—Mis cosas y la quiero llevar —dije tajante para que me dejaran ya en paz estos dos.

—Está bien —dijo Mina—, seguidme. Lo más aconsejable es que al ser el primer día, miréis nada más, os empapéis bien del ambiente. Al principio puede chocar ver follar así a la gente, que no os presionéis por hacer nada es mi mayor consejo, pero vosotros sois libres. Os explico; el protocolo para demostrar interés o que los demás demuestren interés en vosotros, sobre todo si estáis en faena, es acariciar suavemente el brazo, si quitas el brazo, esa persona ya sabe que no te interesa. Aquí la gente es muy respetuosa y no agobia. Si alguien lo hace, debéis avisarnos y se le expulsará del local inmediatamente. Pero vamos, que no es lo normal. Venid por aquí.

Entramos por una galería que daba a una sala muy grande llena de camas. Había mucha gente retozando, me daba un poco de vergüenza. La gente miraba sin ningún pudor cómo varias parejas follaban. Había tanta gente mezclada, que era imposible ver quién era pareja de quién.

—Aquí no se puede entrar vestido como veis. La gente está desnuda, en ropa interior o en toalla, pero como os lo estoy enseñando, no pasa nada porque estéis vestidos. Esta es la sala más grande. Está llena de camas. Se puede mirar a los demás, pero sin agobiar. Sigamos.

Nos paramos en una especie de verja.

—Aquí dentro hay dos habitaciones más privadas, para los que quieren más intimidad. Los días mixtos los chicos se pueden poner al otro lado de la verja, para que las parejas los elijan y los inviten a hacer un trío o lo que sea.

Abrí la boca incrédula, no sabía si reír o qué hacer, pero vista la poca aceptación de mis risas en la entrada, decidí cerrar la boca. Me imaginaba a los hombres asomados a las verjas como si fueran perritos abandonados en la perrera; esperando que un alma caritativa los adoptara enseñando la patita. Aunque en este caso enseñarían otra cosa… Me tapé con disimulo la boca para que no me vieran reírme sola.

—Es un juego muy morboso, te lo aseguro —dijo Mina mirándome mientras nos dirigía a otra sala donde había un inmenso jacuzzi con un par de parejas dentro. Alberto no hablaba, estaba todo el tiempo con los ojos que se le salían.

—¡Ufff! Cómo huele a cloro —dije yo con mala cara.

—Claro como en todos los spas, aquí mantenemos una estricta higiene y por supuesto está totalmente prohibido eyacular dentro de él.

Y yo pensé si le echarían algún producto, para que se pusiera un círculo rojo alrededor del hombre, que hiciera semejante guarrada. Ni loca me metía yo allí.

Seguimos el tour que nos estaba haciendo Mina. Bajamos a una especie de mazmorra con una X enorme de madera. Había un hombre atado al que le comían la polla dos tías encapuchadas y por último pasamos por un pasillo.

—Y esto es el Glory Hole, uno de los mayores reclamos del local. Muy morboso, a la gente le gusta mucho —dijo Mina mientras le hacía ojitos a Alberto.

Era una pared con agujeros.

Yo ni corta ni perezosa intrigada por lo que se vería al otro lado, me asomé con mi ojo derecho, que es con el que mejor veo. Me acerqué, estaba tan oscuro que no veía nada.

—¡Jodeeeeer! ¡Me han metido algo en el ojo! ¡Mierda, qué daño! —dije mientras me retiraba bruscamente con la mano en el ojo—. ¡Será gilipollas quién haya sido!

—Bueno, es que no es una gran idea hacer lo que has hecho, ¡cómo se te ocurre! ¿Estás bien? Un Glory Hole es una pared donde los tíos meten su miembro, para que alguien al que no ven juegue con ellos. Eso es el morbo, que ninguno de los dos ve al otro, así que lo más indicado aquí es poner la boca. ¡Nadie espera por aquí un ojo!

Me quedé con la boca abierta, pero rápidamente la cerré, no vaya que alguno con una polla gigante la metiera por un agujero de arriba y me encontrara sin comerlo ni beberlo haciendo una felación espontánea. Me alejé unos pasos de aquella pared infernal. Ya podía habérmelo dicho antes, ¡claro como solo tenía ojos para Alberto y no dejaba de mirarlo!

Alberto el muy cabrón, en lugar de preocuparse por el estado de mi ojo, se sujetaba la barriga porque no podía más de la risa.

—He tenido suerte. Es una pared muy ancha, solo ha debido de darme con la punta. Debe de tenerla muy pequeña —dije sonriendo y pensando para mí, que ese Glory Hole o como se llame es para pollones, porque menudo grosor de pared. No le encontraba el sentido, como no fuera para que a los tíos les descansara el pene en algún sitio. ¡Sería la hamaca de las pollas!

Seguimos el recorrido la relaciones públicas cabrona, Alberto y la Tuerta o sea yo, mientras pensaba en el error de base tan garrafal de mi investigación del local. No estaba esa pared en el plano que hice. ¡No conocía la existencia del Glory Hole hasta ese momento!

Salimos de allí y ya de camino a la barra, pero por el otro lado, nos encontramos los vestuarios.

—Y aquí tenemos los vestuarios con aseo, ducha y taquillas, ¿queréis pasar?

—No hace falta, ya los hemos visto antes —seguro que veía la taquilla y me sacaba que había sido yo.

Mina parecía que no se quería separar de nosotros, no sabía si era porque no me veía muy espabilada o porque Alberto le gustaba bastante. Verlo como coqueteaba con ella me estaba poniendo histérica, menudo futuro como liberal tenía yo. Esperaba no tener que acudir a las esposas y atar a Alberto a mí.

Por fin se fue. Nos pudimos sentar y yo quitarme la mochila dichosa que estaba ya matándome la espalda. Nos pedimos una copa, bueno yo un refresco y empezamos a relajarnos. Tomar algo y meterte mano a la vez, sin ningún pudor tenía su punto. Oye que igual esto me gustaba de verdad.

Alberto y yo nos íbamos encendiendo por momentos. Sabía que la gente nos estaba mirando, debíamos parecerles atractivos. Decidimos irnos a follar a una esquinita de las camas redondas que nos enseñaron primero.

—Espera —le dije a Alberto mientras sacaba mi móvil de la mochila. Lo puse en modo linterna y como si fuera un agente del CSI, empecé a rastrear la zona en busca de cualquier cosa sospechosa, una mancha, un condón usado, unas bragas perdidas…

—¡Venga Helena por favor! —dijo desesperado ya por follar.

La verdad es que parecía limpia, aunque me quedé con las ganas de pasarle un poco la bayeta, pero había demasiada gente y me daba un poco de cosa. Por suerte las toallas que había traído eran bastante gruesas. Las coloqué ante la mirada atónita de Alberto, que ya no se molestó ni en preguntar.

Dejamos la ropa en un rincón, yo me negaba a dejar la ropa en el vestuario y ponerme un albornoz y unas chanclas. Menudo antimorbo, una semana para elegir vestido, como para pasearme ahora con toalla. Eso sí, mi tanga me lo enrollé en la muñeca tipo pulsera. ¡No iba a permitir que me lo volvieran a robar!

Alberto no paraba de besarme y tocarme, estaba desatado. Yo miraba de reojo como la gente nos miraba. Ya me imaginaba a Mina por ahí metida, vigilando si hacíamos las cosas bien. Claro que ella seguro estaría ya con su traje de buzo, metida en el jacuzzi a la caza de alguna corrida furtiva e ilegal.

Noté una caricia en el brazo, era una chica a la que un chico, me imagino su novio, le estaba comiendo el coño. ¡Dios esto era de manual!

Debate mental:

1. Nuestro pacto de no interactuar.

2. El consejo de la relaciones —aunque seguro que lo dijo para luego quedar con él y follárselo ella.

3. ¡Mis ganas de hacerlo con una mujer! Y ahí la tenía, ¡qué coño! Nunca mejor dicho, vamos que no voy a rechazar lo que el destino me ofrece.

Empecé a besarme con ella, mmm… no estaba mal, era diferente. Ella empezó a comerme las tetas mientras yo le comía la polla a Alberto, después le empecé a comer yo el coño a ella… me gustaba. La chica olía muy bien, era muy suave y estaba súper húmeda. Era una sensación extraña, estaba totalmente depilada como yo, jugaba con mi lengua en su clítoris y lo succionaba, no sabía si lo estaba haciendo bien, pero la chica no paraba de gemir y a mí me ponía más cachonda aún. Alberto me follaba a cuatro patas, ella se incorporó dándome un beso y se puso a cuatro patas para que su chico la follara. ¡Cómo molaba, qué multitud de variantes!

Íbamos cambiando de posiciones, estaba comiéndole la polla al compañero de la chica mientras yo estaba a cuatro patas. Sentía una lengua detrás de mí… no quería mirar, ¡era tan excitante! Una pausa y otra vez la lengua, pero esta era diferente, menos rápida. Decidí mirar por detrás y vi a una mujer y a un hombre turnándose para comerme. Me gustaron, ya podrían hacerlo los dos a la vez. Había mucha gente que se quería unir, de pronto me vi, como diría… completa; a cuatro patas follada por detrás, comiéndole la polla a Alberto, masturbando a otro hombre y con la otra mano libre metiéndole los dedos a una mujer, después de eso… el resto de mi vida sexual, ¿cómo podría estar a ese nivel? Todavía no entiendo cómo encontraba el equilibrio y no me caía.

No sé cuánto tiempo pasó, pero yo ya no podía más. Ya casi no había gente.

—¿Nos vamos? Estoy cansada —le dije a Alberto mientras cogía nuestra ropa, que por suerte no me habían mangado. No quería irme en albornoz a casa. Mis toallas eran un amasijo. Había perdido totalmente la noción de ellas, durante esas horas de maratón.

—¿No las coges? —dijo Alberto señalándolas.

—No. Son desechables — ahora en frío, solo de pensar en cogerlas me moría del asco, aún con guantes. Tendría que buscar alguna solución, porque si cada vez que fuera a un local y esperaba que fueran muchas, tenía que comprar toallas nuevas…

Salimos del local totalmente acaramelados.

—¡Hasta pronto! —le dije con una sonrisa triunfal a la recepcionista, pero ella no preguntó nada. Solo bastaba con verme la cara.

 

 

                          

                                  

 

                         

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