
CAPÍTULO 2 COMPLETO – DESPIERTA
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Carola y yo nos fuimos pitando al mostrador de nuestra compañía, pero no había ya billetes hasta el día siguiente. Decidimos probar suerte en otras compañías, al final conseguimos dos pasajes a precio de oro y con escala para la tarde, 8 horas de vuelo, ¡madre mía! Más las casi ocho horas de espera hasta cogerlo. Al menos no estaba presa. Eso sí, con un buen mechón de menos en el pelo.
Llegaríamos de madrugada. Llamamos a nuestras familias, para avisarles de que por problemas en el motor del avión donde íbamos a volar, el vuelo se retrasaba unas 10 horas. Para que estuvieran tranquilos y no se preocuparan.
Según llegué a casa, saqué el huevo maldito de la bolsa negra. La cadena la habían tirado; lo lavé y guardé en el último rincón de mi armario. No quería volver a verlo, pero me costó tan caro que me daba cosa tirarlo.
Habían pasado ya dos semanas después de esa experiencia y hoy por fin era mi cumpleaños. ¡Estaba feliz! Cumplía 34 años. Yo no era muy de celebraciones, pero bueno, la noche anterior había cenado con mis amigas, en plan tranquilo. Nos acostamos pronto, que al día siguiente teníamos que trabajar. Me hicieron muchos regalitos, ¡me encantan los regalos!
El fin de semana iría a celebrarlo a casa de mis padres con Juan y Vicky también, que eran sus mejores amigos.
Supongo que esta noche, Alex me habría preparado alguna sorpresa para celebrarlo los dos solos, ya que el fin de semana no podía venir a casa de mis padres, porque se iba de viaje con unos amigos del trabajo. Qué suerte tenía; estaba súper unido a ellos, yo me llevaba bien con los míos, pero desde luego no hacíamos tanta piña.
Igual me preparaba una cena exótica, ¡qué emoción! ¿Qué me habría regalado? Me moría de la curiosidad.
Alex llegó a buena hora para variar. Salía de trabajar sobre las nueve, tenía un horario extraño de 12:00 h a 21:00 h, aunque la mayoría de las noches llegaba tarde y cenaba solo.
—¿Qué hay de cena? —dijo nada más entrar—. Me muero de hambre.
—Eso digo yo, anda no te hagas el interesante.
—¿Qué dices? Si no has hecho la compra, pido un par de pizzas.
—Sí claro, súper romántico.
—¿A ti qué te pasa?
Vi por su cara que lo decía en serio. Bueno igual no había preparado cena ni nada. Tampoco es que se le diera muy bien. No pasaba nada, llamaríamos a las pizzas y cuando él quisiera que me diera ya mi regalo.
Nos comimos las pizzas viendo la tele casi sin hablar.
—Me voy a la cama. Estoy cansado y tengo mañana que madrugar, que he quedado con los compañeros del trabajo, para echar un partido de pádel. Me dio un beso en la mejilla y se marchó.
Me quedé sentada en el sofá, con la mirada perdida.
Me levanté sin recoger y me fui a mi dormitorio. Empecé a llorar como una magdalena. ¿En qué mierda se había convertido mi relación? Yo no quería vivir así. Yo me merecía otra cosa. Sé que tampoco era para tanto que se hubiera olvidado de mi cumpleaños, pero ese pequeño acto, terminó por quitarme una venda que yo durante años me resistía a quitar. Y ya cuando te la quitas, es imposible hacer como que no ves. La certeza cruel y sincera de lo que quería y no quería, estaba arraigada muy fuerte.
Pasé unos días horribles. No comía ni dormía. Todo el mundo me preguntaba si me pasaba algo, incluso Alex. Hasta que tuve valor de hacerlo.
Durante esos días ensayé cada una de las palabras que iba a decir. Creé innumerables monólogos en mi interior. Hasta había ensayado delante del espejo. Alex había sido el amor de mi vida, fuimos a la universidad juntos. Toda una vida, tan diferentes en carácter, en aspiraciones…
— Ya no te quiero, no soy feliz contigo. El amor es una planta que si no se riega se seca. No me siento valorada, querida, cuidada. Me aburro, me aburro en todos los aspectos de mi vida contigo. El sexo a tu lado me tiene dormida, no puede ser, tiene que haber algo más. Siento que la energía se me va del cuerpo, lo cotidiano me asfixia. Bien podría ser el pregón de las fiestas de un pueblo llamado “Mujeres de hoy en día”
Como teníamos horarios distintos, estuve estirando el tema hasta aquella noche.
Yo ya tenía la cena preparada; salía a las 18:00 h de trabajar, de camino a casa pasaba por el super y compraba. Un día me iba a clase de yoga, otro a pilates y el resto me iba a correr. Luego me duchaba y preparaba la cena y la comida del día siguiente y así cada día. Yo no sabía cocinar, era todo en plan básico. Alex aceptaba comer la cena que yo preparaba, pero ni loco se llevaba un tupper cocinado por mí. Él comía siempre en un restaurante de al lado del trabajo y yo se lo agradecía en el fondo.
Esa noche llegó bien, sobre las 22.30 h y cenamos juntos.
Yo estaba esperando que termináramos de cenar para decírselo. No quería estropearle la exquisita cena, judías verdes y huevo cocido. A mí el huevo no me pasaba por la garganta.
—¿Te pasa algo? Llevas diez minutos con un huevo, cómetelo ya por Dios.
—Es que no tengo mucha hambre.
—Yo tampoco, no quiero más judías —y cogió el mando para darle más voz a la tele.
Cuando lo dejó, lo cogí para bajarlo.
Él me miró mosqueado.
— Alex…
— Dime.
—Quiero hablar contigo…
— ¿Qué pasa? ¿Te han echado del curro?
— No, no, no es eso. Alex —le miré con mucho esfuerzo a los ojos, cuánto me costaba… —. Quiero que nos demos un tiempo, ahora mismo estoy confusa. No sé lo que quiero, pero creo que tú y yo hemos llegado ya a un punto… en el que creo que es mejor finalizar. Ya no nos aportamos mucho el uno al otro, llevamos juntos desde los 18 años y míranos, con 34 y parecemos dos viejos, hablando de huevos duros… He sido muy feliz contigo. Eres un hombre maravilloso, pero…
Alex me miró fijamente y después bajando los ojos me dijo:
—Helena cariño, yo también quería hablar contigo —dijo tragando saliva —, verás yo…
—¿Qué pasa Alex?
—Yo…
—Joder habla de una vez —me estaba poniendo de los nervios, siempre tan tímido y reservado.
—Yo también quería hablar contigo de lo nuestro… verás… he conocido a alguien…
—¡Qué! ¿Desde cuándo? —me quedé blanca.
—Hace un año, yo no quería al principio. Me ha costado mucho aceptar esto… porque también te quiero a ti.
—Tienes una amante, ¡me has engañado durante un año!
—Sé que está mal, pero no soy capaz de elegir.
—¡Vete a la mierda!
—Helena yo…
Nunca le había visto tan vulnerable y desencajado. Me daba pena y todo él, ¡coño que la cornuda era yo!
—Helena es que estoy con un hombre —nos quedamos los dos en silencio, yo no podía articular palabra—. David mi compañero de trabajo, no sé cómo pasó. A mí nunca me han gustado los tíos, pero nos hemos enamorado, pero también te quiero a ti, no sé… si tú pudieras… si pudiéramos encajar todos, no sé cómo hacerlo… pero me gustaría no tener que renunciar a nada y que estuviéramos los tres juntos. Ya está, ya lo he dicho —dijo mientras suspiraba y se echaba para atrás.
No sé cómo empezó mi ataque de risa. Creo que reía por no llorar. Al final contagié a Alex, ni me acuerdo del tiempo que estuvimos riéndonos los dos. Al final nos abrazamos y decidimos que seríamos amigos. Después de aclararle, por supuesto, que no contara conmigo para ese triamor.
Ya en frío pensé… ¡qué cabrón! Si yo no le digo nada hubiésemos estado así toda la vida.
No le conté a nadie que Alex me había puesto los cuernos y por supuesto menos que lo había hecho con un hombre. Allá él si quería salir del armario. Aunque yo ya me había dado cuenta de que no le quería y fui yo la que rompí, que te engañen con otro tío, es de las situaciones más humillantes que te pueden pasar y encima estar así tanto tiempo…
¿Era yo la causante de que él se hubiera vuelto gay? ¿Tan malo era el sexo conmigo?
Qué depresión que los hombres se vuelvan gais por tu culpa…
Alex quiso quedarse con el piso que teníamos en común. La hipoteca ya estaba pagada, una buena parte del piso nos la pagaron nuestros padres, que económicamente estaban muy bien. Así que me pagó la mitad y con ese dinero yo decidí comprarme un pequeño piso.
Me fui a casa de mis padres hasta que lo encontré. Di una buena entrada y me quedó una hipoteca pequeña que me dejaría vivir bien. Cobraba un buen sueldo en mi empresa, así que no iba a tener problemas económicos. En mis dos semanas de vacaciones de verano, que ese año me las había cogido en septiembre, hice la mudanza. Y ya por fin empecé a tranquilizarme.
Empezar una nueva vida no es tan fácil como parece, pero tampoco tan difícil, si uno se hace las preguntas adecuadas:
“¿Qué quiero, qué necesito, qué me gusta?”
Tenía todas las posibilidades para mí, todas. Decidí dejar atrás ya ese fantasma que me perseguía con maneras de gay y empezar de nuevo.
El libro que me regalo Carola, despertó en mí mucha curiosidad sobre la energía sexual femenina. Consideré que mi camino iría por ahí. La de sorpresas que me esperaban en el camino yo ni las podía imaginar.
Pensé que conseguir un compañero tántrico era poco menos que imposible, aparte que no me apetecía tener algo tan íntimo con alguien. El fracaso de mi relación aún pesaba como una losa. Además no pensaba que hubiera hombres realmente así.
En fin, ni corta ni perezosa decidí que lo más adecuado y despegado para empezar, sería un masaje tántrico.
GOOGLE: Masaje tántrico:
“El Masaje tántrico es una experiencia de conexión con nuestro cuerpo, muchas veces maltratado y olvidado. Reconecta con su propia energía, desbloqueando los canales o Nadis por donde circula la Energía Vital. Es un poderoso trabajo terapéutico a nivel mental, corporal y emocional. Para ello se moviliza la Energía Sexual (E. sexual = E. vital) a través del contacto con nuestra piel, para ser distribuida por todo el cuerpo y expandida con nuestra mente. En el Masaje Tántrico todo el cuerpo es importante y tiene su tacto consciente; en todo él subyace, esta energía susceptible de ser despertada. Todo, desde los pies a cabeza, es importante, un templo sagrado y divino; entender esto y ser consciente de ello, nos ayudará a asimilar esta técnica y sobre todo a diferenciar entre genitalidad y energía sexual. Uno de los patrones más profundamente enraizados, son los patrones sexuales asociados a patrones morales, sociales y culturales. Es por lo que nos cuesta tanto hacer esta separación y diferenciación.”
¡Quiero! ¡Quiero! ¡Quiero!
Estuve varios días barajando todas las posibilidades que se me abrían por internet. Al final elegí un sitio que parecía bonito y tenía buenas críticas.
Subí por unas escaleras, era un edificio moderno y espacioso. Del catálogo de chicos que había en la web del lugar elegí, cómo no, al más masculino de todos. Ávida de energía masculina potente. Me abrió un hombre de mediana edad.
—¿Eres Helena verdad? ¡Vaya qué guapa! No estamos acostumbrados a muchas mujeres por aquí. Ven siéntate y charlemos un poco.
El sitio era bonito y parecía limpio, por el hall pasaban hombres con toalla, acompañados por chicos con un pareo. Me imaginé enseguida las preferencias de ese sitio; malditas críticas con nicks tan ambiguos, ¡eran opiniones solo de hombres! Me habían confundido y me habían llevado hasta ese sitio, claramente gay. El fantasma gay seguía persiguiéndome y riéndose de mí. Solo pedía que el mío, mi masajista tántrico, no abriera la boca, porque que una loca me toqueteara, no me motivaba nada de nada. Tragué saliva, a la vez que me tragaba mis ganas de energía masculina potente.
El recepcionista seguía hablando:
— Suelen venir algunas mujeres de cierta edad, como terapia por alguna disfunción sexual. Nosotros hacemos mucho bien en la gente, te lo aseguro, ¿qué esperas del masaje?
—Conocer otras sensaciones físicas a las que estoy acostumbrada.
—Querida verás lo que vas a disfrutar, quiero decir, todo lo que vas a descubrir.
—Eso espero.
— Bueno, ahora te dejo en buenas manos, Mikel es uno de los mejores, es bisexual y entiende el cuerpo de una mujer de maravilla. Ve al vestuario, ponte el pareo y pasas a esta sala, la segunda a la izquierda por ese pasillo.
El vestuario era minúsculo, se notaba que por aquí pasaban pocas mujeres. Pero les agradecí que al menos tuviéramos algo donde cambiarnos y no compartiéramos hombres y mujeres.
Me desnudé, así me lo había explicado el hombre y me puse un bonito pareo. Había solo una percha, donde colgué mi chaqueta y un banquito. No había taquillas ni nada, así que dejé mi ropa bien doblada en una esquina del banco y los zapatos abajo, para que no molestaran en el caso hipotético de que otra mujer apareciera por allí. Cogí mi bolso y cerré la puerta.
Salí con mi pareo tapándome como podía. La verdad es que no sé para qué, porque ningún hombre me miraba. Qué oscuro estaba el pasillo, me estaba metiendo en territorio Zen.
Una, dos, sí, era esta, no veía nada, qué oscuridad, me estaba poniendo nerviosa. Me encontré una salita llena de velas e incienso.
No sabía qué hacer, esperaba que no tardara mucho en llegar. Había una alfombra enorme en el centro de la sala y una especie de pareo como de un mandala, en el centro de la alfombra. Pero yo pensé, que mejor sentarme en una silla para esperar.
De repente entró un tío, gordo y bajito.
—Oye a ver si actualizas las fotos, que yo elegí a una trans rubia, ¡coño! —y lo dijo con toda la mala leche, que su pequeño y gordo ser era capaz.
Me quedé perpleja.
Se tumbó encima del pareo del mandala, bocabajo con las piernas abiertas, mostrando un repelente ano sin depilar.
— A mí no me gusta que me metan el dedo muy profundo —levantó la cabeza sin mirarme.
Justo cuando me levanté horrorizada, entró la trans rubia tetona, pillándonos de esta guisa, con los ojos abiertos como platos.
—¿Qué haces aquí? ¡Tu sala es la de al lado!
— Mil perdones, es que como es la primera vez que vengo… lo siento, lo siento, de verdad.
Salí corriendo, no quería mirar a ese ser irascible e insoportable, al que ni mil masajes le quitarían su mal carácter. Bueno sí, mejor le miraría, a ver si tenía la suerte de que cruzáramos miradas y ver al menos una milésima de humillación. BINGO.
Vale ya estaba por fin en mi sala.
Apareció el chico elegido por mí, guapísimo, nada gay, al menos en apariencia. Hablaba en tono bajo y calmado. De manera muy amable, me enseñó la respiración que tenía que hacer durante la sesión, tipo jadeo, para hacer subir la energía. A mí me pareció agotadora, era como si estuviera de parto todo el rato. ¿Y para esto iba a pagar una fortuna?
—¿Puedes tumbarte y quitarte el pareo?
—Aaaaahhh sí Aaaaahhh
—Puedes dejar de jadear si necesitas hablar.
—¿Te importa si me tumbo encima de mi pareo? —me daba no sé qué pensar en tumbarme directamente en el que había, a saber la de dedos en el culo que habían metido allí.
—No, claro. Como tú te sientas más cómoda —me dijo Mikel.
Lo coloqué con precisión. Una vez ya acoplada, me pidió que cerrara los ojos para así abrir otros sentidos y empezó a acariciarme a través de soplidos, todo mi cuerpo.
Después lo hizo con las yemas de los dedos. Despertó puntos desconocidos. Cuando me metió los dedos no sentí gran cosa. No sabía qué era lo políticamente correcto en esa situación, si disfrutar como una loca o llegar a un éxtasis místico. Pero ni idea de cómo se hacía eso. Quizás poniendo los ojos en blanco o yo qué sé…
—¿Estás bien?
—Aaaaahhhh sí Aaaaahhhh
—Relájate.
Él ya estaba desnudo, no sabía en qué momento se había quitado el pareo. Miré de reojo.
Ummm… pues estaba muy bien, qué pena que aquí no pueda suceder…
Calla Helena no mancilles la situación.
Creo que llevaba demasiado tiempo sin sexo. Solo agradecía no ser hombre y que no me metiera los dedos por el culo, que era espiritual, pero hasta cierto punto.
—Helena vamos a sentarnos ahora frente a frente, nos abrazaremos y uniremos un rato nuestros chakras.
Yo puse mis piernas flexionadas y abiertas sobre las suyas, pero no había contacto de nuestros sexos. Apoyamos nuestra frente en la del otro y nos quedamos así.
A mí eso se me hizo eterno, estaba ya con la garganta seca de tanto jadear.
Empecé a sentir picores por todo el cuerpo. Me estaba controlando, pero no pude más e hice un pequeño movimiento para a ver si así dejaba de picarme. Mikel tenía afeitado todo su cuerpo, pero no recién afeitado, sino afeitado de un par de días. Su incipiente pelo parecía urticaria en mi piel.
—Muy bien Helena, no reprimas eso. Son descargas que se producen cuando está subiendo la energía Kundalini por la columna, ¿sabes lo que es?
—Aaaaahhhh no Aaahhhhhh.
—Es nuestra energía primordial. Súper poderosa, que hay alojada en la base del sacro y que al despertar sube por toda la columna, como una serpiente.
Así que tuve vía libre, para retorcerme cuando ya no aguantaba más el picor.
No sé cuánto tiempo pasamos así, ¿un día, una semana? Eterno.
Cuando él decidió, que me iba a dar algo de tanta Kundalini que me estaba subiendo, finalizó dándome un beso en la frente.
Mientras se levantaba me dijo:
—Ha sido una de las mejores experiencias tántricas de mi vida. Eres un generador de energía, una auténtica Shakti.
Se puso el pareo, se inclinó, juntó sus manos haciendo el saludo de Namasté y se fue.
Yo me quedé pensando, que quizás la gran experiencia tendría que haber sido la mía y no la suya. En fin…
Cogí el pareo con un poco de asco, poniéndomelo con mucho cuidado, para que me tocara solo la cara que había estado en contacto conmigo y no con el otro pareo.
Me fui para los vestuarios poniendo mucha atención para no equivocarme. Era desde luego un sitio un poco lioso.
Abrí la puerta de mi vestuario, iba mareada perdida, dando traspiés. Me había llegado demasiado oxígeno al cerebro con la dichosa respiración y creo que estaba hiperventilada.
¡Oh, Dios! En el banquito, al lado de mi ropa, estaba el gordo repelente del ano peludo, sentado oliendo mi tanga.
Cerré corriendo la puerta e intenté tranquilizarme. Estaba hiperventilada de eso no había duda y estaba viendo visiones.
Dejé pasar unos segundos y abrí de nuevo la puerta.
No, no eran visiones mías. Ahí estaba David el Gnomo, con mis bragas.
Cerré de nuevo. Al menos estaba vestido.
No podía ser cobarde esta vez. Tenía que enfrentarme, entre otras cosas porque no podía salir a la calle así.
Pero…
Salí corriendo a recepción a explicarle la situación al hombre que me atendió, cuyo nombre desconocía, pero no había nadie. Se habría metido a masajear a alguien. Así que tuve que volver.
Justo cuando giré, vi saliendo al Gnomo con mi tanga en la mano.
—¡Ehhhh! Devuélveme mi tanga ahora mismo —bajé la voz, no quería armar un escándalo y que todo el mundo saliera de sus cabinas en bolas a ver qué pasaba.
Se acercó a mí, yo tenía un poco de miedo y por ahí no aparecía nadie.
—Dámelo, qué más te da, colecciono tangas usados. Te pagaré, dime cuánto quieres. Hueles deliciosa, me encanta oler una buena polla en un tanga de mujer.
—¡Qué yo no soy trans, joder!
—Eso dicen todas.
Me pilló desprevenida. Me empujó y salió corriendo, pero ay amigo, yo era una gran corredora y esta vez no iba con ranas en los pies…
En dos zancadas lo alcancé.
Enganché mi tanga y empecé a tirar, no me daba la gana de que ese cerdo se lo llevara y lo babeara, ¡qué asco por Dios!
—¡Qué me lo des!
Pero él tiraba más, si seguíamos así, lo íbamos a romper y tampoco es que me importara, con que no se lo llevara era suficiente. El muy cabrón tenía una fuerza bárbara, no podía con él.
Dio un tirón muy fuerte y me caí al suelo. Él tiraba dirigiéndose a la puerta y yo enganchada al tanga con las dos manos arrastrándome por el suelo, con las tetas al aire, porque claro, el pareo se me había bajado del trajín. Era un tanga de licra y no se rompía ni de coña, me estaba sorprendiendo.
Debería de haber gritado y pedido ayuda. Hubiera sido lo lógico, pero yo me negaba a que me pillaran así; medio desnuda, agarrada a un tanga y arrastrada por el suelo.
—¿Qué pasa aquí? —el recepcionista apareció de repente, con un mini pareo también.
Yo al girar para mirarlo, perdí fuerza y él aprovechó para tirar, quedarse con el tanga, abrir la puerta y salir corriendo.
Todo ocurrió en un segundo, cuando quise levantarme e ir detrás de él, ya se había esfumado y tampoco iba a salir a la calle desnuda.
Volví con lágrimas en los ojos de la indignación.
—¿Qué pasa Helena? ¿Te ha hecho algo?
—No —dije mientras me subía el pareo y me lo ponía —, me ha robado el tanga el muy cerdo.
—¡Qué susto! —me cogió de la mano—. Cuánto lo siento, nunca ha pasado nada de esto, es la primera vez, aquí todo el mundo es muy educado y de nivel social alto, ¡qué avergonzado estoy! ¿Quieres que llamemos a la policía? Lo malo es que claro, aquí todo es muy anónimo. La mayoría son hombres importantes casados y no pedimos ningún dato.
Se puso tenso al pensar en la policía.
— No, tranquilo, que les vamos a decir, que un fetichista me ha robado el tanga… Nada déjalo…
— Sí mejor, es un poco surrealista, pero para compensar, no te vamos a cobrar el masaje. Corre por cuenta de la casa, para suavizarte al menos un poco el susto.
—No hace falta, pero gracias.
— Insisto.
— Vale, genial.
Era la segunda vez en ese año, que me ponía vaqueros sin bragas; pero en esta ocasión estaba afeitada y el roce con los vaqueros era bastante más incómodo.
Suerte que había venido en coche. Llegaría pronto a casa y podría ponerme otro tanga.